Capítulo Dieciocho

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Abro mis párpados apenas un poco y veo su prominente mandíbula que se dibuja gracias al reflejo de la escasa luz qué hay mientras me lleva en sus brazos, vuelvo a cerrar los ojos y me deleito con su fragancia.

–Oye, ¿A dónde vamos? –murmuro adormecida–. Llévame a mi cama.

–Eso hago.

Siento que me acuesta delicadamente sobre la sedosa cama. No es la mía, intento levantarme y él vuelve a acostarme.

–Duerme, mujer necia.

–Quiero ir a mi cama, ¡Déjame!

–Eres tan hermosa, incluso cuando dormitas y estás ebria.

Toma mi mano entre las suyas y empieza a acariciarla y besarla, abro mis ojos para verlo de rodillas en el suelo y mirándome.

–Suelta mi mano, no me toques ¡Vete de aquí!

–Un día me prometí no volverte a dejar sola, cariño –peina mi cabello–. No dudes ni por un instante que lo haré.

–Eres embustero, para ti todo este tiempo se ha tratado de atracción física solamente.

–Carla, hay una muy enorme diferencia entre atracción física y la atracción sentimental, las personas suelen confundirse constantemente; sin embargo, siento ambas hacia ti. Haces que mi corazón de un enorme vuelco, podría acelerar como si estuviera a punto de estallar, podría desacelerar al mismo tiempo e incluso podría ser capaz de detenerse por completo –apoya su cabeza sobre el colchón, con mi mano junto a la suya–. Cuando mis padres murieron me encerré en una pequeña caja de cristal e intenté deshacerme de ella hasta que pusiste tus pies frente a mí. Tú... me la arrebataste, la tomaste sin permiso y la arrojaste sin piedad contra el suelo, liberando todos esos sentimientos que callé por un largo tiempo. Carla, tú me liberaste.

Me despierto desorientada y con un horrendo dolor de cabeza, siento mi garganta seca y los rayos de luz que perforan la gran ventana de la habitación laceran mis pupilas; intento darme la vuelta y algo me lo impide. Bajo la vista a mi mano que se encuentra cubierta por los brazos y debajo de la cabeza de Erskin.

Entonces recuerdo el mensaje de anoche y el rostro de la señora al abrirme la puerta de la habitación 385. Recuerdo  ver su tatuaje y su expresión al verme, y mi cuerpo empieza a sentirse caliente otra vez.

«¿En estos últimos meses yo he sido la única persona enamorada?» La única tonta he sido yo, me ha visto la cara de idiota. Le arrebato mi brazo sin preocuparme y me levanto, él sigue durmiendo como si nada hubiese pasado, camino al baño y enciendo la ducha mientras me desvisto, el agua fría recorre mi sensible cuerpo y me permito llorar. Me siento como una burla. Seco mi cuerpo con la toalla y lo envuelvo para ir a mi habitación, mientras me visto marco a Gia y pongo en altavoz una vez me contesta.

"Llamada"

–¿Pasó algo? –responde como si pudiera leer mi mente.

–Te lo cuento luego ¿Estás en el bar?

–Si... Estoy aquí. Estaba arreglando lo del menú de hoy.

–Bien, ya bajo... –resopló y guardó silencio un instante.

–Carla, ese misterio no me gusta para nada.

–Ya bajo –cuelgo.

"Llamada finalizada"

Termino de colocarme el pantalón y las zapatillas, agarro una mochila y guardo un poco de ropa, recojo mi cartera y mi celular, y bajo. Mi auto ya no se encuentra en la calle y siento un escalofrío. Decido no pensar más en eso.

Dulce CurvaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora