Prólogo

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Nueva Orleans, Luisiana.

1 de septiembre.

Abrió los ojos lentamente.

Era un día caluroso, muy caluroso. Los rayos del sol penetraban en su habitación como si quisieran abarcarlo todo, como si intentaran llenar cada hueco vacío de la estancia. Ellos calentaban cada poro de su piel y hacían que se moviera abruptamente buscando algún lado fresquito en la cama mientras volvía a cerrar los ojos para intentar dormir unos pocos minutos más, pero eso solo consiguió que las sábanas se hicieran un nudo en sus piernas. Harta de la pelea entre las telas y su cuerpo, se levantó.

Ella era guapa. No era de una belleza suprema, pero era natural. Tenía esa cualidad que dejaba a todos fascinados. Era simplemente ella. Nunca buscaba nada más de lo que podía ofrecer, o que por naturaleza había obtenido. Nunca le había gustado maquillarse en exceso, ni perder el tiempo arreglándose el largo cabello castaño que adornaba su redonda cara, tampoco le había importado nunca las cosas superficiales como buscar el mejor conjunto para su día o desperdiciar su dinero en manicuras que con el tiempo se irían. De eso sí que era ella muy consciente, de lo efímero que era el tiempo, aunque solo cuando al mundo le interesaba porque ese verano había sido muy, pero que muy, largo.

Se sentó en la cama y se atusó el pelo. Realmente no tenía por qué levantarse tan temprano siendo que aún era verano y las clases no empezaban hasta una semana más tarde, pero es que ella había adquirido unos hábitos y otra cosa no, pero los cambios de costumbres no los llevaba muy bien.

-Ya voy- Susurró a sus tripas que ansiaban ya su típico café matutino mientras se ponía en pie.

Buscó sus pantuflas que debían estar tiradas en medio de la habitación, aunque no lo estaban, por lo que caminó descalza por la casa. Cuando su café estuvo listo le puso unos hielos y leche tal y como siempre se lo tomaba con su padre en aquellos recuerdos que parecían tan lejanos. No se dejó dominar por ellos, no estaba dispuesta a derramar ni una sola lágrima más por personas que nunca lo hicieron por ella. Podía parecer precipitado, pero era una medida que había decidido autoimponerse para dejar de derrumbarse a cada paso que daba.

Se quedó estática junto a la puerta del salón en lo que tardó en dar un vistazo a toda la habitación y no ver a su madre tirada por el sofá. Lo que tardó en bajar la cabeza para mirar al suelo. Entonces vio algo que sabía que algún día acabaría pasando si su madre seguía con ese estilo de vida, pero que había tratado de ignorar. Entonces es cuando descubrió que no había estado viviendo una pesadilla, que esta comenzaba ahora.

El vaso de café se resbaló entre sus temblorosos dedos y cayó al suelo haciendo un sonido ensordecedor mientras se rompía en mil cristalitos. Al principio no supo qué estaba ocurriendo, si simplemente era una horrible ilusión óptica. Su cerebro tardó unos segundos más en asimilar lo que ocurría y cuando lo hizo, su mundo se derrumbó. Se derrumbó como ya estaba acostumbrado a hacer, como se había prometido no volver a repetir. Se derrumbó junto con sus esperanzas por su madre y todos sus planes de futuro, de un futuro feliz, de un futuro mejor.

Corrió hacía el foco de la aterradora imagen sin importar todos los cristales que se clavaban violentamente en las plantas de sus pies. El dolor que le provocaban era insoportable, aunque no tanto como el que le oprimía el pecho. Se arrodilló en un solo movimiento rápido incrustando sus rodillas con brusquedad contra el suelo.

El cuerpo que solía pertenecer a su madre estaba pálido e inhumano y ella solo pudo mirarlo de arriba a abajo mientras los ojos se le llenaban de lágrimas y escrutaba expectante el cadáver que yacía delante de ella.

Se le nubló la vista por las lágrimas que se arremolinaban en sus ojos.

- ¿Mamá? – Preguntó ella mientras su voz se quebraba esperando una respuesta que sabía perfectamente que no iba a obtener.

Tenía el rímel corrido y el pelo enmarañado en una bola. Su boca pintada de rojo carmesí estaba entreabierta y en ella había una espuma blanca que había resbalado por su mejilla hasta llegar al suelo.

- ¿¡Mamá!?- Le gritó la joven desconsolada mientras la zarandeaba de lado a lado para que respondiera- ¡No me dejes mamá, vamos! ¡Tú también no, mamá! ¡Me dijiste que no te irías!

Intentó hacerle alguna maniobra, pero no se despertó, como era de esperar. Ella sabía que no lo iba a hacer, pero inconscientemente siguió haciéndolo porque ¿Cuándo se supone que se tiene que rendir uno y aceptar que la única persona que le queda en el mundo se ha ido? Ella, desde luego, no estaba preparada para hacerlo.

-Me dijiste que me querías, mamá- Dijo cuando las manos se le entumecieron por la presión y las lágrimas corrían irrefrenables por sus sonrosadas mejillas.


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