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Hope Hannigan

Me acomodé en el sofá mientras daba vueltas a la helada bebida que sostenía entre mis manos y veía un capítulo de The Vampire Diaries.

Mañana era mi primer día en La Fontain y tenía la sensación de que no iba ser un instituto fácil, así que supuse que ver una serie me ayudaría a disuadirme un poco de la cruda realidad que asomaba por la puerta. Nunca mejor dicho ya que nada más llegar del restaurante hacia unas horas había aparecido en mi puerta una caja con todo lo necesario para el curso, incluido un horrible uniforme escolar. Obviamente, al ser chica, mi uniforme estaba formado por una camisa y una falda. UNA FALDA. Era la prenda que más odiaba en el mundo. Eran incómodas y no te permitían libertad de movimientos. Además, si venía una ráfaga de viento... ¡Ala! ¡Striptease gratis a todo el instituto!

Unos insistentes golpes en mi puerta me sacaron de mis pensamientos para devolverme a la realidad.

- ¿Quién es?

Encendí todas las luces de la habitación, ya que solo estaban encendidas unas decorativas que no iluminaban mucho.

-Soy Blake- Respondió una perjudicada voz al otro lado de la puerta.

Desde luego no era la voz grave de Blake, pero sí que parecía una variante borracha de ella. Todas mis sospechas se confirmaron cuando abrí la puerta y me lo encontré de pie frente a mí con el pelo alborotado, el cuello lleno de chupetones, los labios hinchados y los ojos rojos con las pupilas enormemente dilatadas.

Esa estampa me recordó demasiado al aspecto que solía tener mi madre en los últimos meses de su vida. Recordaba perfectamente la primera vez que entró en ese estado por la puerta de casa.

-Mamá- Dije levantándome del sofá en el que llevaba sentada esperando toda la noche- Estaba muy preocupada... ¿Dónde estabas?

Ese día nos acababan de decir que después de tres semanas de investigación habían dado a mi padre por muerto. Había una banda callejera detrás de él desde hacía unos meses y dieron por hecho que ellos se lo habían cargado. Dijeron que al día siguiente iban a enterrar un ataúd en su honor para que, pese a no tener su cadáver, pudiera tener un entierro digno. Aquello pudo con mi madre y me dijo que iba a salir a pasear para despejarse un poco. La esperé durante dos horas y luego me empecé a preocupar. La busqué por los sitios a los que le gustaba ir, pero no hubo suerte. Volví a casa pensando que a lo mejor ya había regresado y se había preocupado de que no estaba, pero tampoco fue el caso. Se había dejado el móvil en casa, así que no encontré ninguna forma de localizarla. Llegó a las seis de la mañana. Borracha, despeinada y llena de chupetones.

- ¡Cariño! - Vociferó con una sonrisa que solo consiguió que me echara a llorar- ¡Eh! ¿Por qué lloras, Hopy?

Le di un abrazo a pesar de que no se merecía ni una sola muestra de cariño, pero fue un impulso que me dio al verla a salvo, al ver que no había acabado muerta en un callejón.

- ¡Joder, mamá! - Le grité aun llorando pero agarrándola de las muñecas frustrada- ¡Estaba preocupada por ti!

Ella puso los ojos en blanco y resopló mientras me apartaba a un lado y se encaminaba torpemente al pasillo para ir probablemente a su cama.

-No te preocupes por mí, corazón- Señaló antes de salir del salón- Estoy bien.

A partir de esa noche todas fueron exactamente igual, solo que llegó un momento en el que dejé de esperarla preocupada y directamente me encerré en mi cuarto esperando a que no volviera a traer a nadie con ella. Por la mañana me pedía disculpas avergonzada y antes de salir por la noche me prometía que no iba a volver a ocurrir... Mentirosa. Cada vez volvía peor y llegó un momento en el que ni siquiera podía llegar ni a su cama, simplemente dormía la mona en el sofá.

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