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Hope Hannigan

Todo era de lo más lujoso y pomposo: Los techos altos, los grandes ventanales a la entrada y al patio interior, las puertas macizas, los cuadros, las escaleras infinitas en mitad de una de las trescientas salas por las que había pasado... Todo era abrumador. Yo no quería eso, yo prefería la sencillez, nada que ver con un retrato pintado al óleo sobre la chimenea del que seguramente sería mi tío abuelo.

- ¿Señor Hannigan? – Preguntó la señora estirada tras llamar a una puerta de roble macizo al final de un largo pasillo- Ya está aquí su sobrina nieta.

Un grave "adelante" se oyó desde el interior de la habitación y no me provocó la sensación que esperaba. No se me aceleraron las pulsaciones, no me puse nerviosa. Solo esperé desganada a que la puerta se abriera ante mí. Nada podía empeorar más por lo que tampoco me aterraba nada de aquello.

Levanté la vista y un hombre de pelo canoso, ojos verdes como los míos y tez más blanca que la leche apareció frente a mí. Vestía un polo a rayas y unas bermudas azules. Sus pies calzaban unos náuticos marrones de piel, bastante juveniles para su edad, que no sería mucho más de sesenta años. No parecía aquel hombre que me había imaginado tras ver su retrato, sino un simple mortal como yo.

-Hope- Dijo mi supuesto tío abuelo admirándome como si me hubiera reconocido mientras se quitaba las gafas de cerca y se levantaba del sillón de cuero en el que estaba sentado- Has crecido mucho desde la última vez que te vi, creo que tenías unos cinco años- Expresó con una sonrisa amable como si me estuviera imaginando ahí mismo, pero con doce años menos- Te has convertido en toda una mujercita.

No me gustó que me llamara mujercita. Fue el mismo término que usó mi madre cuando me bajó la regla por primera vez a los once años.

-Sí- Alcé las cejas sarcásticamente- Es lo que les suele pasar a los niños... que crecen.

Él asintió con una sonrisilla al ver que la primera frase que le dirigía era burlándome de él. Pero ¿Qué esperaba? ¿Qué me lanzara a sus brazos y le contara cuando le había echado de menos? ¡Venga ya! Pero si nunca había oído hablar de él.

El silencio volvió a instaurarse de la manera más incómoda posible mientras yo me quedaba estática viendo el tiempo pasar.

-¿Qué tal ha ido el viaje?

Estaba a punto de responderle algo ingeniosamente irrespetuoso cuando de repente recordé la petición de Hannah de ser amable, y me callé. No porque me lo hubiera pedido Hannah, sino porque iba a tener diez meses enteros para expresarle mi aversión a estar ahí.

-Bien, dentro de lo que cabe- Respondí secamente.

-Me alegro.

-Ya... Yo también.

-Si quieres te enseño la casa- Propuso después de otro incómodo silencio.

¿Ahora es cuando me lleva al sótano, me enseña los cuerpos de otras "sobrinas nietas" y me mata? - Pensé en ese momento.

-Eh... Sí, claro.

Pasó a mi lado y abrió la puerta. Me enseñó habitación por habitación, no con mucho detalle, cosa que agradecí enormemente. Tan solo me importaba una, la mía.

-Margaret me ha ayudado a decorarla, pero si no te gusta puedes cambiar lo que quieras, no me importa- Me explicó amablemente antes de subir al segundo piso y esperar tras una puerta maciza.

Entré desganada, pero de pronto la mirada se me iluminó como se iluminan los faros en la playa. Era la habitación perfecta, esa que siempre tienes en tu mente pero que no puedes tener porque eres pobre y tus padres no cagan dinero. Pues a esa me estoy refiriendo.

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