Blake Goodman
Tenía en mente no saludar a nadie ni a nada e ir directamente al gimnasio a reventar el saco porque como se me hubiera ocurrido demorarme más estaba seguro de que hubiera acabado yendo a casa de Jason a partirle las piernas.
- ¡Ehh! - Gritó la inconfundible voz de Hope cuando me disponía a atravesar la puerta principal- ¡No hace falta que le pegues una patada a mis libros!
Con el enfado no me había dado cuenta de que sus libros de texto estaban en el suelo y que les había metido una patada. Tampoco me había fijado en que ella estaba en el porche y tampoco es que me quitara el sueño saber el bienestar de sus libros de texto.
-No hay cosa que me importe menos ahora mismo que tus putos libros- Le solté abriendo la puerta de la casa para meterme en el interior.
Ella no dio la conversación por terminada, obviamente. Me siguió por detrás de mí, incluso cuando subí las escaleras de tres en tres para atravesar rápidamente el pasillo hasta llegar al gimnasio.
¿Esta chica siempre quería pelea o qué?
-No tienes por qué hablarme así, has sido tú el que ha golpeado mis libros sin razón aparente- Reclamó mientras yo la ignoraba avanzando por el pasillo - No me hubiera molestado si te hubieras disculpado, pero parece que...
De repente se hizo el silencio, como por arte de magia, como si de repente se hubiera quedado muda.
¡Oh, Dios Mío, gracias por escuchar mis súplicas! - Pensé.
Me torné con curiosidad para averiguar el porqué de aquella extraña situación. La encontré obcecada con algo, no supe lo que era hasta que no conduje por su mirada hasta el foco de su atención, pero se había convertido en la cosa más útil de la casa, la única que era capaz de hacer que Hope dejara de gritar. Miré en dirección hacia donde se dirigían sus ojos y estos se llenaron de emoción. Estaban fijos observando el piano blanco de cola que descansaba en mitad del pasillo en un hueco que antes había sido conocido como rincón de lectura, aunque jamás vi a nadie usarlo.
¿Todavía no lo había visto? Ese piano llevaría ahí más de una semana.
Un suspiro de sorpresa inundó por completo la estancia. Me quedé paralizado observándola, como si fuera la cosa más entretenida del mundo. Se acercó al piano tímidamente y subió la tapa. Acarició las teclas y comenzó a tocar lentamente una melodía que me sonó bastante. Ya la había escuchado antes.
Abrió la boca, pero la cerró al instante como si quisiera decir algo, pero alguna fuerza mayor le impidiera hacerlo. Me miró asustada y se marchó apresurada por el pasillo pasando precipitadamente a mi lado y desapareciendo al girar la esquina.
¿Qué se suponía que acababa de pasar?
No entendía nada. Estaba paralizado, pensativo, anestesiado. Mi rabia había desaparecido, ya no recordaba ni su causa. No tenía ganas de pegar al saco, no... no sabía que acababa de ocurrir. Me quedé ahí paralizado mirando donde hacía unos segundo había estado Hope admirando el piano. Lo había tocado suavemente, con una facilidad, con una destreza sorprendente, como si lo llevara haciendo toda su vida. Había tocado tan bonito... tan delicado... La melodía retumbaba en mi cabeza una y otra vez, pero no lograba averiguar cuál era. No cesé de repetirla mentalmente una y otra vez buscando su procedencia, no sé cuánto tiempo estuve allí de pie, puede que horas o puede que solo unos minutos, el tiempo no fue importante.
Falling de Harry Styles. Esa era la canción.
Me acuerdo de que Derek siempre la ponía en el coche porque decía que era un temazo que no sabía apreciar. La verdad es que no era el tipo de música que solía escuchar, porque a mí los ingleses me daban un poco de pereza... con su té y su forma absurda de hablar que parecía que llevaran una polla metida en la boca y que tuvieran que escupir cada palabra. Era horrible. Pero solo por como lo había tocado Hope en ese piano me habían entrado unas ganas locas de escuchar más, de sentir más...
Bajé horas después para la cena. Emily y algunos más del servicio la preparaban mientras Hannigan y Margaret veían la televisión ya sentados en la mesa.
-Siéntate, cielo- Me ofreció Margaret cuando entre en el comedor- Hoy es un día importante, juegan los Chicago Bulls.
En casa siempre ha habido mucha afición al baloncesto, no por mi parte sino por la de Margaret. A Hannigan y a mí nos daba más igual, pero lo veíamos porque era de lo más entretenido verla insultar al árbitro y a los del equipo contrario. Era una auténtica hincha.
- ¿Contra quién juegan? - Preguntó Hope apareciendo por la puerta.
-Contra los Washington Wizards- Respondió Margaret ilusionada mientras la observaba sentarse a su lado- ¿Te gusta?
Ella puso una extraña expresión, como la respuesta fuera lógica.
-Pues claro- Respondió mientras se servía en su plato un poco de la cena que acababan de servir sobre la mesa- ¿Con quién vamos?
-Con los Bulls, por supuesto- Respondió Margaret casi como si le hubiera ofendido la pregunta.
La cena pasó sorprendentemente rápido. Hope resultó estar mucho más metida en el tema de lo que en un principio habíamos pensado. Hannigan y yo nos reímos de sus quejas e insultos y disfrutamos como unos enanos. Ellas se alegraban de cada canasta y sufrían en cada punto en el marcador contrario. Fue extraño, fue como si eso fuera típico de nosotros.
El partido terminó a favor de los de Chicago y eso alegró alocadamente a Margaret, que saltó y gritó como si tuviera siete años. Hope desapareció poco después en la planta de arriba y un impulso me hizo subir también. Me la encontré bajando los escalones a toda prisa.
-¿A dónde vas?- Pregunté con cierto tono de urgencia.
-A casa de Gina- Respondió rápidamente intentando esquivarme, yo interpuse mi brazo en su camino.
-¿En serio voy a tener que verte hasta cuando me voy de fiesta?
-Créeme, yo tampoco quiero verte.
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PEPPER
RomanceHope está sola. Hope no puede controlar ni su propia vida. Está rota, perdida e indefensa. Aunque nunca mostraría eso, así que finge estar bien y ser fuerte por ella porque nadie lo será sino. Por eso cuando la mandan a un pequeño y adinerado pueblo...