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Blake Goodman

El hormigueo que tan familiar había sido en mí antes de que mi madre falleciera había vuelto. No era nada nuevo, ya había vuelto otras veces anteriormente, pero lo había acallado a base de alcohol y drogas. Pero desde mis últimos acercamientos con Pepper, mucho me temía que me había sido imposible controlarlos.

La sensación me recorría por las venas de mis palmas hasta llegar a los dedos, ahí era como si la corriente se intensificara, y casi podía decir que me dolía. Porque eso que había dejado de hacer drásticamente cuando la persona más importante de mi vida murió, me iba a dejar destrozado si lo retomaba. Y es que al principio me prohibí a hacerlo por respeto a ella, pero luego me fue demasiado doloroso recordar cada trazo, cada línea, cada borrón que mi madre ya nunca apreciaría.

Me centré en las explicaciones de la profesora de dibujo técnico mientras, que sosteniendo el lápiz, hacía con los dedos unos trucos infantiles. Ni siquiera me di cuenta cuando la punta del utensilio rozó débilmente el papel que descansaba sobre la mesa que tenía delante, ni cuando poco a poco fue trazando finas líneas. Desplacé la vista hacia el esbozo de la imagen que tanto me había rondado por la mente desde que había visto a Pepper por primera vez, y al principio me detuve en seco sintiendo repulsión de mí mismo, pero después continué. Definí los colores, las líneas, el grosor de los trazados, me di el gusto de disfrutar de lo que durante tanto tiempo me había estado privando y fui libre. Solo que cuando sonó el timbre y por fin pude admirar orgulloso el precioso ojo verde esmeralda, que me observaba retándome, arrugué el folio y lo tiré a la basura justo al lado de la puerta.

-¡Blake!- Gritó cierta chica con largos cabellos castaños mientras se acercaba rápidamente hacia mí.

-¿Arrepentida de haberte ido con el gilipollas de Jason esta mañana en vez de conmigo?- Sugerí mientras caminaba sin darle mayor importancia a su presencia.

-¿Qué?- Respondió confusa mientras se metía un mechón de pelo tras la oreja- No, claro que no. Vengo a buscarte para ir al castigo, que deberíamos haber ido ayer.

-Ya... No creo que vaya a ir.

-¿No? Pues yo tengo unas ganas... llevo desde hace más de una semana esperando a que llegara este momento- Respondió sarcásticamente para dejarme claro lo estúpido que le estaba pareciendo.

El despacho de la profesora de historia era sobrio, como ella. Estaba completamente en silencio, menos por el continuo y pesado ruido que expulsaba el ventilador de su ordenador de sobremesa

-Desde luego, no he conocido a personas más irrespetuosas y maleducadas que vosotros. Señorita Hannigan me ha decepcionado usted sobremanera, señor Goodman de ti no puedo decir que no me lo esperara.

El castigo consistía en una redacción de mínimo tres carrillas desarrollando el tema de la importancia de la puntualidad y el respeto con el profesorado docente. Habían pasado por lo menos veinte minutos y mi folio seguía en blanco, no se me ocurría nada que escribir porque, sinceramente, me importaba entre poco y nada el profesorado docente.

El hormigueo regresó a mis extremidades obligándome a apoyar el lápiz en el folio. Solo que en vez de redactar me dediqué a trazar una silueta. Sabía perfectamente a quién pertenecía esa silueta y no sé por qué, pero solo el hecho de recordarla me enfureció y entristeció a partes iguales. Quise llorar como un niño, derrumbarme allí mismo, pero mi orgullo no me permitía hacerlo, así que simplemente cogí mis cosas y salí por la puerta del despacho mientras la profesora de historia me gritaba como una energúmena.

-¡Blake!- Me llamó Pepper detrás de mí después de escuchar la puerta del despacho cerrar de golpe- ¡Blake, joder! ¡Para!

Entonces me detuve para enfrentarla, porque pese a no querer hacerlo, mis estúpidos problemas me estaban cegando y con ellos, una ira irrefrenable.

PEPPERDonde viven las historias. Descúbrelo ahora