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—¿Por qué te fuiste de casa? ¿Tanto te molestó ese mensaje? Te prometo que no volveré a verla si eso te lastima.

—No, Dante, el problema no fue el mensaje en sí, ni tu amiga, el problema fue que tú lo ocultaste, y que encima me mentiste. Me mentiste porque me dijiste que salías a una hora determinada de tus sesiones, y resulta que no era verdad, porque de ahí, te ibas a una cafetería con tus demás compañeros.

—Era parte del tratamiento también, h-hacer algo juntos, algo normal c-cómo ir a una cafetería.

—Con ellos sí podías ir a lugares públicos, pero conmigo no —le dijo poniéndose de pie, seguida por él.

—E-Es diferente, porque co-conozco al dueño, y sé que é-él es muy limpio.

—¿Y por qué nunca me llevaste allí entonces? —le preguntó mirándolo fijo a los ojos—. ¿Por qué no podía yo también compartir ese lugar especial contigo?

—Porque en casa m-me siento más seguro, y a gusto contigo —pronunció bajo, con amargura—. Cuando estoy en casa c-contigo, estoy bien.

Lo miró y negó con la cabeza, pasando por su lado. Así eran todos, siempre encontraban una buena excusa. Y en cuestión de segundos.

—Mía... No me dejes, por favor —le pidió casi en un ruego—. No-nosotros teníamos muchos p-planes juntos. Una f-familia —pronunció en un hilo de voz, con los ojos cristalizados.

—¿Sabes cuál es el problema, Dante? —le preguntó girándose, para observarlo con los ojos cubiertos de lágrimas—. Qué un matrimonio, jamás podrá ser feliz si las personas involucradas no se aman, o mínimamente, se quieren. Y tú ni me quieres.

—E-Eso no es verdad —murmuró en un tono quebrado, derramando las primeras lágrimas—. Eres muy i-importante para mí, para m-mi vida.

—Estoy segura que encontrarás a ese alguien especial que te haga sentir lo que yo no puedo.

—Mía, pero-

—Como tu amiga, de seguro con ella compartes muchas más cosas en común que conmigo. Se llevarán muy bien.

—Pero yo no quiero a Daniella —sollozó angustiado—. Yo sólo quiero estar contigo.

—Y yo a alguien que me ame, y tú no puedes hacerlo.

Le dio la espalda, y comenzó a caminar en dirección a la casa de sus padres, llorando en silencio. A lo sumo, Dante sólo le tenía cariño, un sentimiento asociado a la lástima que sentía por ella, nada más.

Llegó hasta la puerta, y golpeó dos veces, siendo abierta por Nora, que al ver a la jovencita llorando, la abrazó.

—Cariño ¿Qué pasó? ¿Por qué lloras?

Y no respondió nada, simplemente se aferró a ella, llorando de forma sonora, tan angustiada, tan rota por todo. Lo único que quería en ese momento, era sentir el abrazo de una madre, aunque fuera fingido.

—Mía —pronunció bajo Nora, acariciando su cabello—. Todo estará bien ¿Sí? Tú no te preocupes por nada —le dijo en un tono suave, antes de darle un beso en la cabeza.

—Y-Yo no pedí n-nacer... Ojalá mi madre m-me hubiese querido sólo un p-poco, y hubiera elegido abortarme... Yo no pedí t-todo esto.

—Nada de lo que ocurrió es tu culpa, Mía. Tú sólo eres una víctima, pero una persona muy fuerte, valiente, que sigue adelante a pesar de todo, que no se ha rendido. Y eso te hace muy especial y valiosa.

Se abrazó a ella, y no dijo nada, sollozando... Ahora era uno de esos momentos, donde ya no quería más nada.

...

Hasta que seas mayorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora