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Estaba deambulando por la calle, cuando escuchó que un auto le tocaba bocina. Sonrió, volteándose al creer que se trataría de un cliente, cuando se encontró con el auto de Dante.

—Mía ¿Q-Qué... Qué estás haciendo de nuevo aquí?

—Ah, Dante —murmuró desviando la mirada—. Pues, trabajando, como todos.

—¿Tus padres saben esto?

—Claro.

La miró, suspiró, y luego le abrió la puerta de atrás de su auto.

—Ven, sube.

—Estoy trabajando, no puedo.

—Sube ¿Cuánto te pagan la hora?

—¿Vas a requerir finalmente mis servicios? —sonrió mirándolo a los ojos.

Pero en la mirada de la jovencita, no había diversión como aparentaba enseñar, sino decepción.

—No, pero te pagaré de todos modos.

—¿P-Por qué haces e-esto? —le preguntó aturdida.

—¿Tú no harías lo mismo? ¿No ayudarías a alguien que lo necesite?

—Yo no necesito ayuda, estoy muy bien —le dijo frunciendo el ceño.

—Está bien ¿Quieres subir de todos modos?

—Si quisiera a alguien que finja quererme y preocuparse por mi, me quedaría en mi casa —pronunció molesta, dándole la espalda para comenzar a caminar.

Dante suspiró y se bajó del auto, siguiéndola por detrás.

—No quise ofenderte. ¿No estás buscando dinero? Te pagaré, ven conmigo.

—No necesito tu lástima, ya te lo dije —pronunció sacando un cigarrillo de su bolso, para encerderlo—. Ahora vete, me espantas a los clientes.

—No siento lástima de ti, veo a una joven mujer que está luchando por su vida, por salir adelante y conseguir lo que quiere por su propio mérito. Lo único que quiero... Es ayudarte a lograrlo de un modo más seguro.

—Si me quieres ayudar, entonces paga por mi servicio, no regalándome dinero. ¿Vas a pagar por follar? Porque si no es así, vete —expresó con clara molestia, mirándolo a los ojos antes de terminarse su cigarrillo y lanzarlo a la acera.

—Las puertas de mi casa siempre van a estar abiertas para tí. Puedes venir cuando quieras.

—Comienzo a creer que eres gay —pronunció divertida, llevándose un chicle a la boca.

—Cuídate —le dijo antes de volver a su auto.

No se puede ayudar, ni salvar, a alguien que no quiere.

***

Cerró los ojos, respiró profundo, y apretó aquella bolita de goma espuma entre sus dedos.

—Unos, dos, tres, cuatro —murmuró haciéndolo con una mano, luego con la otra—. Uno, dos, tres, cuatro —repitió, apretando la mandíbula.

Era horrible sentir aquella ansiedad, hasta el punto de que su cuerpo se estremeciera, y no saber cómo calmarla.

"—¡Cuenta las veces que lo haces, si es necesario! ¡Esto está mugroso! ¡¿Te parece limpió, Dante?! ¡Hazlo bien!"

Soltó la esfera que tenía en las manos al escuchar el timbre de su casa en ese momento, sobresaltándose. Cerró uno de sus ojos, inclinando la cabeza hacia la izquierda, y apretando sus dedos en forma de puños, todo al mismo tiempo.

—¿Q-Quién es? —preguntó en un tono bajo, poniéndose de pie.

Al no recibir respuesta, caminó hasta la puerta, moviendo sus dedos, apretándolos, contando internamente las veces que estaba haciendo aquello con ambas manos.

Observó por la mirilla que se traba de Mía, y abrió la puerta.

—Mía.

—¿Te molesta si me quedo unos días aquí? —le preguntó abrazándose a él, tomándolo por sorpresa.

...

Hasta que seas mayorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora