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¡Que tortura! Era una tortura tenerlo tan cerca, verlo tan lindo de ese modo dormir junto ella ¡Y no poder besarlo! Tenía los labios un poco entreabiertos, y la estaba abrazando con ambos brazos hacia su pecho.

Dante lucía tan tranquilo, tan inmerso en sus sueños, que Mía lo único que quería era probar su boca. Y si no fuera porque no había tomado sus pastillas para dormir, ya hubiese unido sus labios con los de él.

Se abrazó a Dante, y besó suavemente su cuello. No tenía nada de malo que lo hiciera ¿No? No iba a pasarle sus cien millones de bacterias de ese modo.

Sonrió al recordar aquello, y le acarició la espalda, respirando profundo, llenando sus fosas de su rico aroma, de su colonia. Podía asociar ya aquel perfume, con el rostro y el nombre de él.

Y comenzaba a sospechar que era su favorito.

Un chillido se escapó de sus labios, y Dante la aferró más hacia él.

—¿Qué pasa? —susurró adormilado.

—¿En verdad quieres saberlo, hombre guapo? —pronunció bajo, con cierta diversión.

—Sí.

—Tengo muchas ganas de tener sexo contigo, pero estoy segura que tú ni debes entender a lo que me refiero cuando digo MUCHAS.

Lo escuchó respirar pesado, y luego suspirar.

—Intenta dormir.

—No, no puedo dormir cuando quiero follar, Dante —chilló en un tono bajo, como si alguien pudiese escucharlos—. Durmamos de cucharita al menos.

—A-Así estamos bien.

—¿No te me quieres arrimar ni un poquito? —preguntó traviesa, acariciando su espalda.

—No.

—Dante, espero que cuando cumpla los malditos dieciocho, me folles hasta dejarme en cama. Porque acá a dos años ¡Vuelvo a ser virgen!

***

Eran cerca de las doce del medio día, y Dante hacía como dos horas se había levantado para ordenar su casa, limpiarla, y preparar el almuerzo. El desayuno ya lo habían perdido, pero aún podían almorzar.

Hacía varios días tenía una idea en mente, que incluso ahora estaba presente mientras cocinaba. Él quería contactar con la familia adoptiva de Mía, estaba seguro que ellos ni siquiera debían saber en dónde estaba ella, o que es lo que estaba haciendo para sobrevivir en la calle.

Si eran tan buenos como ella había dicho, lo más probable es que estuvieran preocupado por la castaña, y que incluso hubiesen denunciado su desaparición.

Entendía si Mía se enojaba luego con él por eso, pero era necesario que su familia supiera que ella estaba bien, y a salvo con él.

"—¿Quién esa esa mujer, Dante? ¿Por qué había una muchacha con tan poca ropa en tu casa? —preguntó seria su madre—. ¿Estás solicitando los "servicios" de una ramera? ¿De una cualquiera y asquerosa prostituta, Dante? ¡¿Tienes idea de cuántas enfermedades trasmiten esas mujeres?!"

Soltó el cuchillo al sentir que el filo pasaba por uno de sus dedos, cortando su piel, y se tomó de la mano, acercándose al lavamanos de la cocina.

Abrió el grifo, y acercó su mano temblando al chorro de agua, estremeciéndose.

"—¡Encima es una descarada! ¡Una atrevida! ¡¿Cómo se atreve a no dejarme pasar?! ¡¿A querer que tú no hables conmigo?! ¡¿Es qué no sabe que soy tu madre?!"

Negó con la cabeza, y buscó una rejilla limpia, envolviéndola en su mano antes de irse rápidamente hacia el baño y buscar su botiquín de primeros auxilios para limpiar la herida y vendarla.

Mía despertó al escuchar varias cosas caer en el suelo del baño, como si alguien estuviese buscando desesperadamente algo en las gavetas, y salió de la cama.

—Dante ¿Estás bien?

—S-Sí, sí, no te p-preocupes.

Claro que lo iba a hacer, él no sonaba bien.

Entró de todos modos al baño, y observó la sangre escurrir por su mano izquierda, y al rubio buscar algo dentro de las gavetas con la derecha.

—¿Qué demonios te pasó?

—Me corté un poco, sólo e-eso.

—¿Un poco? ¡Pero si todo el brazo te estás manchando!

—E-Estoy bien, sólo necesito abrir el botiquín —le dijo temblando.

—Déjame ayudarte.

—No, no, yo puedo solo.

—Dante.

—No, déjame Mía —pronunció dándole la espalda.

La jovencita rodó los ojos, volvió a la habitación y tomó el alcohol en gel, echándose un poco en las manos. Buscó uno de los tantos frascos de alcohol en spray que tenía, y regresó al baño.

—Ey, mírame un momento.

Dante se giró y Mía se echó el alcohol por todo el cuerpo, antes de toser un poco y mirarlo a él.

—Ahora ¿Me dejas ayudarte, por favor? Con una mano no puedes solo, y te está sangrando mucho.

La miró, y luego asintió con la cabeza, dándole el botiquín... Debía intentar controlar sus trastornos y acciones hacia Mía.

...

Hasta que seas mayorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora