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Más de dos semanas planeando el cumpleaños, gastando sus últimos ahorros en aquel día, corriendo de aquí para allá para que todo saliera bien, para terminar de ese modo la noche... Sentada contra un rincón en la cocina.

Se suponía que iba a ser un día especial, y esa Diniilli lo había arruinado. Maldita Daniella que no conocía, y ya le cagaba la existencia.

—Mía ¿Puedes abrir por favor? Ya son más de las dos de la madrugada, está haciendo frío, te enfermarás.

Lo ignoró, y se encogió en el lugar, abrazando sus piernas. Lo que menos quería en ese momento, era escucharlo. ¿Por qué le había ocultado lo de esa mujer? Sí su relación era normal, de amigos ¿Por qué nunca le había dicho?

Ahora entendía que ocultar y mentir siempre venían de la mano. Le había ocultado su amistad con esa mujer, y mentido con el tiempo que le decía que duraban sus sesiones.

De algún modo tenía que justificar el tiempo que perdía en la cafetería con sus "amigos"

—Todos los hombres son iguales —murmuró, mirando el suelo.

Comenzaba a sentir que la ilusión que sentía por Dante, lentamente desaparecía. Quizás lo había idealizado demasiado. O es que le gustaba tanto, y lo quería tanto, que había ignorado el tipo de persona que era realmente.

***

Se había quedado dormido en el sofá que Mía antes usaba de cama, y se despertó en medio de la madrugada. Se puso de pie y fue hasta la cocina, comprobando que la puerta ya estaba abierta. Entró en ella, y la encontró vacía.

Suspiró y fue hasta su habitación, no sabía ni siquiera la hora que era, pero tampoco la había escuchado salir de la cocina. Quizás ya se le había pasado el berrinche y había decidido finalmente ir a dormir a su cama.

O no.

Fue rápidamente hacia el baño, y al verlo vacío también, se pasó una mano por el cabello. ¿A dónde se había ido? Regresó a su habitación para tomar el celular y marcar el número de la castaña, enviándolo directamente al buzón de voz.

Tenía el celular apagado.

—Ay, Mía —pronunció frustrado, buscando su ropa.

¿A dónde se había ido ahora?

***

Se frotó las manos, y entró en una cafetería que estaba dentro de la terminal donde había pasado la noche. No había bebido cerveza como deseaba, pero si se había fumado dos etiquetas de cigarrillos.

Y como había extrañado fumar.

Ahora se encontraba tomando un café, algo que le diera un poco de calor a su cuerpo, en esa mañana tan fría de diciembre. Eran como las siete de la mañana, y aún estaba oscuro el cielo. En cuanto comenzara a aclarar, regresaría a la casa de Dante.

Ni siquiera tenía ganas de hacerlo, pero al no haber llevado su celular, no tenía forma de decirle que estaba bien tampoco. Sí, regresaría, le diría que estaba bien, y volvería a irse.

No quería estar cerca de él en ese momento.

—¿Me podría preparar otro para llevar? Gracias —sonrió levemente.

El camino hasta la casa del rubio sería largo, lo iría bebiendo mientras tanto.

Sí, la casa de Dante, ya ni siquiera quería decir que era suya. Y no entendía como algo tan simple y estúpido como un mensaje, le había afectado tanto.

Suspiró y apoyó su cabeza contra la mesa, cerrando los ojos.

Dante sólo quería casarse con ella por lástima, nada más, él no la amaba, a lo sumo, la quería. Aunque lo dudaba también, él sólo sentía empatía por la vida que ella había tenido.

Y un matrimonio así, sólo iba directo al fracaso.

Giró la cabeza, y observó el anillo que él le había regalado unos días antes, después de que Mía insistiera, porque no había sido un detalle que le naciera al rubio, y se lo quitó.

Lo quería, lo amaba y estaba enamorada de él, pero ya no iba a casarse con Dante.

Ni siquiera quería seguir viviendo con él.

...

Hasta que seas mayorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora