15. Sueños compartidos

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Debora

Entré airosa en la casa despues de protagonizar, la que considero, la escena más ridícula de toda mi vida. ¡Qué vergüenza! Ni siquiera cuando Cameron me dejó en nuestro aniversario, y monté ese espectáculo en el restaurant, me sentí tan ridiculizada.

Todo el mundo que estaba apostado en nuestra puerta había sido testigo del golpe que le di a Eric.

¿Qué pasaba conmigo? ¿Por qué diablos había reaccionado de esa forma?

Sentí pasos tras de mí y quise encogerme. En mi campo de visión aparecieron Emilce y tras ella, Milena.

— ¿Estas bien?

—Todo lo bien que se puede estar despues de saber que tu esposo te ha ocultado parte importante de su vida —solté exasperada.

No estaba enojada, era algo parecido a la decepción.

¿Por qué en su sano juicio él me ocultaría algo como eso? Bueno, no es como si yo hubiese prestado mucha atención a lo que él hacía. En mi cabeza, Eric era asquerosamente rico más nunca le pregunte de dónde provenía su fortuna. ¡Y es que tampoco tenía idea de cómo haberlo hecho!

¡Idiota! ¿Cómo no darme cuenta antes?

Mikeila entró corriendo para unirse a mi patético grupo de apoyo.

—Deben venir a ver esto — dijo agitada. —Eric está golpeando a uno de los abogados.

¿Qué?

Todas corrimos, empujándonos entre nosotras, como un grupo de comadres que buscaban un buen chisme. Al llegar a la puerta pude ver que Thadeas y Benedict sostenían a Eric, quien se encontraba furioso.

— ¡No te atrevas! — le gritó al tipo que era sostenido por Thanos y otro grupo de hombres. Blaine se mantenía sereno a un lado. Él tenía en brazos a su pequeña hija que aplaudía por el disturbio que se había originado.

Pequeña alborotadora.

El lujosísimo Roll Royce de Galatea Allegheny hacia un lento recorrido por el camino a la entrada. Todo el mundo se congeló en su lugar. Todo el mundo, excepto mi esposo que no presto atención a su madre y en su lugar mantenía sus ojos fijos en mi figura.

—Deb... — volví mi vista a Eric que se quejaba con sus hermanos para que lo soltaran, —deja que te explique.

— ¡Oh no! ¡No, señor!

¡Maldición! ¡A quien quería engañar?, ya más nunca podría negarle nada a esos ojos.

— ¿Qué sucede? — la señora Allegheny se posiciono frente a sus hijos frunciendo el ceño. Ambos soltaron inmediatamente a mi esposo. Luego se giró a ver al grupo de hombres ataviados en costosos trajes. —No tienen por qué estar aquí.

Todos los presentes temblamos por el tono de su voz; bajo, envolvente y autoritario. A excepción de los hijos de Milena, que corrieron gustosos a los brazos de su abuela.

Una suave sensación calentó mi corazón al ver en detalle el desastre de la escena. Algunos se dispersaron, alejándose rumbo a sus casas. Otros, se apostaron a un lado conversando como quien comenta un día soleado. Mi mente me decía que esta no era la primera vez que esa sensación de paz y calidez me embargaba. Hacía tiempo ya que me sentía parte de este grupo de individuos.

Esto era una familia.

Miré a Emilce que sonreía a gusto junto a mis cuñados y miré a Eric que se acercaba decidido a mí. Él me había dado una familia.

Percances y Desventuras de un caballeroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora