17. Memorioso

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Eric

"Los rayos del sol acariciaban perezosamente su cabello. El rosa de sus mejillas combinaba a la perfección con la blancura de su piel. Las pecas en su nariz, del mismo color que sus pestañas, parecían provocar a las yemas de mis dedos.

— ¿Puedes hacerme un favor?

Negué, jugueteando. Mis manos se rindieron a la tentación que esas dulces mejillas provocaban.

—Eric...

Sonreí. Siempre me había gustado esa faceta suya, protectora y al pendiente de cada uno de mis movimientos.

Como... si yo le importara...

—Eric, por favor.

Quería pedirle un poco más de tiempo. Solo un pequeño segundo, en donde yo pudiese seguir con mi idílica fantasía. Donde ella me quería, donde yo le importaba.

Al mirar sus ojos y con las palabras atrapadas entre mis labios respiré profundo; ya no podía seguir forzando un destino que parecía rehuir de mí.

Una mano oscura y con garras emergió desde sus espaldas y comenzó a cubrir su boca mientras sus ojos se humedecían. Quise moverme; pero mis músculos parecían haberse rebelado en mi contra. Las garras comenzaron a comprimirse, incrustándose en su pálida piel. La sangre no tardó en llegar a tal cruel llamado y mi corazón latió desbocado.

—Hada...

Pero ya era demasiado tarde. Las garras se bañaron con su preciosa sangre y me sentí desfallecer. Inspire profundo un par de veces, sintiendo todo mi cuerpo entumecido.

Finalmente algo pareció apiadarse de mí y pude, con mucho esfuerzo, elevar mis manos.

Fue el error más grande que cometí. Al enfocar mis dedos noté que habían sido mis propias garras las que habían acabado con el brillo de esos ojos color miel.

Grité con tanta fuerza que sentí a mi garganta rasgarse."

Desperté en una especie de cuarto de motel de mala muerte. Me encontraba en un catre cuyo colchón era aún más fino que mi pañuelo de cuello favorito. Uno de seda que Deb había elegido para mí.

Intenté percibir auditivamente algún sonido fuera. Nada.

¿Sería esto una broma de mal gusto? Diablos, sí que les estaba funcionando.

—Hola, Eric —la fría voz de Paul, cuya procedencia no pude localizar, erizó los vellos de mi cuerpo. — ¿Asustado?

— ¿Por qué tendría que estarlo? — dije ya comenzando a incorporarme de la camucha. Él apareció desde una puerta a la izquierda del cuarto. — ¿Tienes algún plan especial para mí?

Intenté husmear en sus pensamientos. No pude. Había una especie de barrera que me bloqueaba.

Fruncí el ceño. Paul nunca había tenido ese tipo de habilidades.

—Pensé que un lugar como este te traería malos recuerdos. Toma, te traje algo para el golpe.

En su mano tenía una especie de zumo de naranja. Era una botella sin abrir. Y mi garganta clamaba por algo para que la pastosidad se pasara.

— ¿Malos recuer...? — Me congelé. A mi memoria llegaron decenas de flashbacks de una de las peores etapas de mi vida. Pretendí que nada pasaba, pero ya era tarde. Mi primo había visto el miedo en mis ojos. —Ya te dije ayer que la compañía no me interesa —insistí y bebí de la botella que me ofrecía. —Y a Benedict tampoco.

Percances y Desventuras de un caballeroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora