9. Sabor a despedida

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Eric

Me encontraba nervioso pellizcando los puños de mi camiseta. La niña frente a mi enroscaba insistentemente un mechón de cabello en su dedo índice.

Ella suspiró.

—Bueno, hay que hacerlo— cruzó sus delgados brazos sobre su pecho y enarcó una ceja mirándome con suficiencia. — Todos están esperando fuera.

Mi primer beso y me sentía rechazado. Claro que ella no lo sabía, apenas la botella había apuntado en mi dirección hice todo lo posible por ocultar la emoción que me provocaba.

Estire estúpidamente mis labios y esperé por su contacto. Cerré mis ojos con fuerza mientras sentía a mi corazón revolucionarse. Un pequeño roce en la comisura de mis labios fue... todo.

—Listo. Ahora vámonos.

La decepción era un sentimiento al que me estaba acostumbrando. Parecía ser invisible para el radar femenino que me rodeaba y aquellas niñas que posaban sus ojos en mi tenían otros intereses, mis hermanos mayores por ejemplo.

— ¿Eso es to...do? — pregunté con un tonto tartamudeo.

Ella asintió tajante, tratando de pasar de mí y dirigirse fuera del estúpido armario en el que nos encontrábamos.

Tenía dos opciones: la primera era convertirme en un amargado y patético adolescente que vivía con el flagelo del rechazo, o la segunda era sonreír y actuar como si nada hubiese pasado.

— ¡Oh por Dios! — dramaticé. — ¡No sentí nada! — dije tomando mi barbilla en un gesto pensativo.

— ¿A qué te refieres? — se frenó antes de tomar la manija de la puerta.

—Tienes unos bonitos labios, Leah. De princesa — me encogí de hombros sonriendo. —Esperaba que tu beso fuera suave y con sabor a fresa. Al fin y al cabo siempre presumes de usar los maquillajes que la empresa de tu madre produce.

El anzuelo había sido lanzado. Bromee con ella y sonrió.

—Mamá tiene una excelente línea de cosméticos — replicó y se volvió a mí.

Ese día conseguí tres besos en el armario y entendí que mi fuerte seria el humor. No viene al caso. Nada me derrumbaría mientras pudiese sonreír.

Vivir junto a Debora y Emilce no era para nada difícil. Podría decirse que mi fantasía de una familia feliz se cumplía a medias; desayunábamos los tres juntos y teníamos las más entretenidas de las pláticas. Luego, cada uno comenzaba con sus tareas y nos encontrábamos para el almuerzo o nos mensajeábamos constantemente.

Observe a mi esposa comer animadamente su tazón de frutas y cereales. Ella se veía radiante. Su vientre había comenzado a abultarse y en la tarde tendría la oportunidad de acompañarla a una de sus citas con el médico. Mi día no podía ser más perfecto.

Me despedí de ambas mujeres y me dirigí a mi despacho. Bueno, no es que fuese un espacio destinado al trabajo, allí era donde dejaba mi portátil o mi portafolios a veces. Revisé mi email, y la lista de pendientes que tenía y luego me dispuse a jugar una buena partida de LOL en línea.

Mi teléfono sonaba pero no le presté atención. Noté que la imagen de Thadeas se mostraba en la pantalla y de malas ganas deslice mi dedo sobre el símbolo verde.

—Hola, hola. ¡Habla Eric! En este momento no puedo atenderte, por favor deja tu mensaje... —imité el saludo que tenía pregrabado en mi contestador.

Percances y Desventuras de un caballeroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora