18. Nido

81 14 0
                                    

Debora

—Hola soy Eric, en este momento no puedo atenderte. Deja tu sensual mensaje despues del tono y me comunicaré contigo...

Era la cuarta llamada que Eric no respondía desde el día de ayer. Supuse que se encontraría muy ocupado con todos los quehaceres de la herencia y no tendría tiempo para llamarme. O quizá, se había cansado de que siempre tuviese nada más que problemas para hablarle o...

¡Deja de suponer maldita sea! Me reprendí con fuerza.

Marque nuevamente. Nada.

Algo no estaba bien.

La angustia por el frágil estado de salud de mi hermana sumado a su repentino abandono era un coctel de emociones difícil de procesar.

El timbre de la casa sonó y yo me limpie las tontas lágrimas de mis mejillas.

—Oh, tú debes ser Sammuel — saludé al joven trabajador que se presentaba en mi puerta.

Mike me había avisado que el personal de la casa se manejaba por las puertas traseras pero supuse que el muchacho había cometido un error de principiante. La distribución de las mansiones era todo un enrolló.

—Así es, señora.

Le indiqué al joven la habitación que habíamos elegido para el bebé y la gama de colores. Además, pedí explícitamente que cumpliera con los deseos de mi esposo; Eric me había mencionado que le gustaría una pared con toda clase de animales de granja, así él podría cantar para el pequeño la canción con la que se había obsesionado. Solo rogué para que no hubiese ningún pollo en la gráfica.

—Me imagino que usted y su esposo han de estar felices — dijo él en un tono que no supe identificar.

—Sí.

— ¿Es su primer hijo? — preguntó de nuevo.

Asentí algo distante mientras ojeaba el diseño que Eric había enviado días anteriores. Sentí la mirada fija del muchacho en mi y eso logró erizar mis vellos. Lo dejé trabajando en la habitación y le informé que ante cualquier consulta yo me encontraría en el despacho.

El timbre sonó unos minutos despues, pero no me preocupé en ir a recibir a quien sea que tocaba tan insistente. Mi atención estaba puesta en mi celular, mentalizándome para que él llamara.

Una figura masculina se asomó por la puerta del despacho provocándome un susto.

—Oh, hola Nikos — miré de reojo. — ¿Pasa algo?

Él tenía el ceño fruncido y sus músculos tensos. Parecía dispuesto a comenzar una pelea.

— ¿Quién es ese tipo? — pregunto con desdén. Él era tan parecido a su primo que asustaba.

—Él es el pintor del cuarto del bebé. Sammuel... — rebusqué entre los papeles que tenía, —Johannson. ¿Le conoces?

Nikos arqueó su ceja en un gesto de obviedad.

—No.

Ninguno de los dos dijo nada más y se instaló un incómodo silencio que no supe cómo llenar.

— ¿Puedo ayudarte en algo? — pregunté una vez que me cansé de verlo parado en mi puerta como una estatua.

—En realidad no, estoy echándote un ojo.

Suprimí la risa que su comentario me provoco. Era gracioso escuchar a los hermanos hablando, tanto Nikos como Aleia tenían un problema con las frases hechas.

Percances y Desventuras de un caballeroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora