21. Preparativos del adios

81 11 0
                                    

Debora

Desde la primera vez que vi a Eric supe que me traería problemas. Su personalidad, como un torbellino arrasaría con la paz y falsa armonía que había establecido como una dictadura para mi vida.

Nunca fui una persona de conflictos, emociones fuertes o siquiera algo fuera de lo habitual. Era lo "esperado" de la gente promedio. Había crecido como la obediente primogénita de un joven matrimonio. Luego, cuando mamá murió dando a luz a Emilia, me convertí en la responsable hija mayor a cargo de la pequeña recién nacida y de un padre que cargaba con la angustia de perder al amor de su vida.

Cuando mi padre consiguió por fin un ascenso y nos mudamos a Londres continué siendo la adolescente centrada que todos esperaban. Paulatinamente me convertí en lo que la sociedad espera de una niña bien. Conocí, al que creí el amor de mi vida y solo hoy pude reconocerme a mi misma que la relación con Cameron era una tonta idealización a base de lo que "los demás harían". Nosotros nunca teníamos dramas "innecesarios", ya que compartíamos gustos y preferencias. Solo había una falla en esa "armoniosa relación", y era que yo siempre cedía ante sus demandas.

Volviendo a la realidad que me envolvía, mi relación con Eric era algo refrescante. Nuevo. Y que lograba revitalizarme. Por ello el gesto de Eva fue el colmo para mí. Sentí que la vida se empeñaba en hacerme enloquecer. Había estado tan cerca...

Me abalance sobre ella y no tuvo oportunidad de verlo venir.

— ¡Tú! ¡Maldita mosca muerta! — le jalonee sus horrendos rizos de salón de belleza. —Eres una arribista..., aprovechada.

Dejé que las emociones tomaran las riendas de mi vida. Quizá, y con la mente en frio pudiese ver que la culpa no era solo suya, ya que nadie se metía donde no la invitaban. Y Eva había estado junto a Eric a sol y sombra.

— ¡Suelta...suéltame! ¡Debora!

Un suspiro se oyó en la habitación y sentí las uñas de Eva incrustarse en mi antebrazo herido. Lancé un grito desgarrador al sentir sus manos en esa zona. Había olvidado la sacudida que me dio el guardia.

Eric gritó a Eva que se detuviera y que se largara de la habitación. Ella sin rechistar salió prácticamente corriendo.

— ¿Te hizo daño? — preguntó acercándose con prisa y sin ser consciente de que su pregunta me dañaba más que cualquier otra herida que tuviese.

Negué, pero la furia nublo mis sentidos otra vez.

— ¡¿Así qué no me recuerdas?! Puras mierdas — suspiré. Los ojos de Eric se abrieron sorprendidos. — ¿Ves esto? — señale la alianza dorada que decoraba mi dedo anular. —Prometiste permanecer a mi lado... prometiste esperar a que estuviera lista... y yo... yo ya lo estaba.

Mi voz se quebró al final de ese enunciado.

— ¿De qué hablas?

—Yo estaba lista, Eric — lloré. —Yo quería eso, eso que le has dado a ella. ¿Por qué? ¿Por qué, Eric? Dijiste... tu dijiste...— quise derrumbarme allí mismo. Lo sentí acercarse y luche contra el estúpido deseo contradictorio de que me tomara en sus brazos o de que se alejara de una maldita vez. —No me toques.

Eric se detuvo al instante y exhaló con fuerza. Por unos dulces segundos quise creer que todo era una pesadilla, que en cualquier momento despertaría con sus cosquillas en mi cuello o con sus dedos apretando mi nariz.

Pero no fue así.

Levante mi vista y me fijé en él. Lo observe escudriñando cada centímetro de su piel. Desde las puntas de sus cabellos color chocolate hasta esos hermosos ojos de un azul profundo...

Percances y Desventuras de un caballeroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora