12. Inevitable

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Debora

Abrí lentamente los ojos, esperando encontrar a Eric a mi lado. Al no verlo, mis ánimos se hicieron añicos. La sensación amarga de la decepción no era algo a lo que quisiera acostumbrarme.

Ayer por la noche Eric había dormido a mi lado. El simple hecho de envolverme con sus brazos había sido suficiente para mi. A mitad de la noche desperté con ganas de un zumo de naranja. Apenas abrí mis ojos y pude distinguir su figura en la oscuridad, mi corazón se detuvo. Mis ganas de beber algo se evaporaron.

Su belleza y masculinidad eran aspectos que lograban robarme el aliento.

Me sentí como una pervertida durante el par de minutos que me tomé para observarlo detalladamente. Su pálida piel contrastaba con la oscuridad de sus cejas. Sus largas pestañas acariciaban tiernamente sus mejillas mientras su respiración era tranquila y pausada. Levante mi mano y con el dorso de esta lo acaricie.

Eric parecía tan frágil mientras dormía.

— ¿Deb? — espabilé al escuchar la voz de mi hermana. — ¿Estas bien? Parecía que descubrías los secretos del universo mientras mirabas tu yogurt.

Sonreí.

—Sí. Simplemente pensaba —comí un par de cucharadas más de mi desayuno y me volví a Emilce. — ¿A dónde te dijo Eric que iba?

Ella se encogió de hombros, sin prestarme demasiada atención. Su concentración estaba en el Ipad que mi esposo había comprado para ella.

—En realidad no me dijo.

El resto de la mañana me dedique a revisar viejos documentos de la oficina. La revista para la cual trabajaba continuaba en emisión a pesar de nuestras vacaciones y debía de coordinar cada una de las nuevas ediciones.

Marque el número de Ashley, optando por permitirle al fin una visita a nuestra casa. Eric había hablado conmigo y dijo que era tiempo de aclarar mis desacuerdos con ella. Al fin y al cabo, Ash ni siquiera pensaba en que yo me sentía dolida con su comportamiento.

Habíamos organizado un almuerzo tranquilo.

No contaba con que mis cuñadas se nos unirían a la fiesta.

La puerta de mi despacho se abrió de repente con un estruendoso golpe. Una de mis invitadas hacia su entrada triunfal clamando por mi atención.

— ¿Y a ti que te sucede? — pregunté al verla sofocada y con ganas de vomitar.

—Pues que vi a Milena atragantándose con algo.

—Oh por Dios ¿ella está bien? — me puse de pie tan rápido que creí haber tastabillado con mi propia silla. — ¿Se encuentra estable?

—Sí — bufó Mikeila. — La lengua del depredador potenciado parecía no incomodarla.

Me sonroje. No me veía interrumpiendo un momento así a Milena y su esposo. Ellos parecían algo... pasionales.

— ¡Ay por favor, eres una mojigata! — me acusó. — ¿Acaso el bebé que llevas en el vientre se hizo del espíritu santo?

— ¿Co...cómo lo sabes?

Mikeila arqueo una de sus cejas. Su pequeña hija entro a tras ella y comenzó a deambular por la sala dando cortos pasos mientras se mantenía de pie a duras penas.

—Hola, bellas mujeres — Eric tomo en brazos a la pequeña Haylee y me dio un casto beso en los labios, costumbre que tenía cada vez que alguien de la familia estaba con nosotros.

Me quede de piedra; había decido contarles el día de hoy sobre mi embarazo, pero tal parecía Eric se me había adelantado.

—Ashley esta fuera, saludando a Thanos y Milena.

Él y Mikeila comenzaron a hacer una serie de apuestas y comentarios jocosos que no entendí. Cuando repare en su rostro note que un gran cardenal se abría paso bajo su ojo derecho.

— ¡¿Qué diablos te sucedió en el ojo?!

Eric detuvo todas sus apuestas y pronósticos, que incluían a mi amiga en una lucha, y dirigió sus orbes azules hacia mi.

—Me caí — miro a su alrededor menos a mí. —Un desafortunado evento guiado por mi torpeza.

Fruncí el ceño. Jamás lo había visto ser torpe en algo. Incluso la primera vez que lo vi él peleaba armoniosamente contra el hombre de ojos amarillos.

—Por favor Mikeila ¿Nos dejas a solas? — tome el puente de mi nariz.

Ella salió de la habitación canturreando que se prepararía para una entretenida función.

—Eric...

—Hada...— me cortó. — Tengamos una cita. Esta noche. Tú y yo.

— ¿Qué? — ni siquiera sabía que contestar. Él tenía esa rara manía suya de dejarme sin palabras. —To te mentí.

Miles de escenas pasaron por mi mente, una más atroz que al otra. ¿En que podría él haberme mentido?

Recapitulé todos los acontecimientos que habíamos vivido y encontraba posibilidades en todos. La desconfianza era un sentimiento enfermizo.

Eric y Eva.

Eric y su casi asesinato.

Eric y su abuelo.

— ¿De... de que hablas?

—Ven esta noche a la cita conmigo y lo averiguaras.

Dicho esto él se giró encaminándose hacia la puerta.

¿Eric huía?

Percances y Desventuras de un caballeroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora