23. Verdades

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Eric

—No soy un partidario de la violencia, lo sabes ¿verdad?

El hombre frente a mi temblaba y se removía con violencia. Tome el abrecartas que decoraba el escritorio y que a escrutinio profundo no cortaría ni el aire, lo que le daba la imagen perfecta de artilugio de tortura. Estaba furioso y frustrado.

Quería respuestas y esta vez no me detendría hasta conseguirlas.

Alguien golpeo con insistencia la puerta de mi habitación en el hotel. Era una master suite, con tres habitaciones y una sala de estar, antes de que llegaran a mi sacaría toda la información que necesitaba.

¿Maestro? — pregunté nuevamente. El señor Walters estaba comenzando a perder el poco control que tenía sobre sí mismo. Sus garras peleaban por salir y por más que intentara refrenarlo, sus ojos adquirían el característico color carmín con cada pestañeo. Desesperación, apestaba a eso. — ¿Me temes, gran maestro?

Edison Walters era la persona encargada de explotar mi potencial "sanguinario". Desde hacía más o menos un mes, él me sometía a dolorosos entrenamientos mentales a fin de detonar uno de mis dones "el control mental".

— ¿Te gustaría probar la eficacia de tu tutela? — sonreí con burla. —Veamos que tanto soportas el dolor... mental — sus ojos se abrieron con pánico y comenzó a balbucear alguna incoherencia. —¿No era ese tu propósito? ¿La tortura?

El sonido de la puerta abriéndose no llamo mi atención hasta que un aroma conocido y la voz familiar de su portador me detuvo en el acto.

—Eric, detente.

Me gire, repentinamente avergonzado de mi conducta.

—Madre...

Un par de fríos ojos color turquesa y su ceño fruncido fue lo primero que capté. La estilizada figura de Galatea Allegheny, con sus brazos cruzados sobre su pecho en una postura furiosa, me hacía frente desde el gran marco de la puerta doble.

—Suelta eso — señaló con su barbilla el abre cartas y yo lo lance como si me quemase. Trague con fuerza. Su cabello estaba recogido en una especie de trenza, lo que significaba una sola cosa; estaba en problemas. — ¡Cielo Santo con ustedes, Eric! No puedo alejarme un par de semanas sin que se metan en problemas...

El Sr. Walters bajo su cabeza en señal de respeto hacia mi madre, pero ella pasó olímpicamente de su reverencia. Otra figura masculina hizo una entrada escandalosa tras Galatea. Sutter.

—Señora...

Mi madre hizo un gesto de disgusto mientras se acercaba más a mí. Ella alzo su mano derecha y no pude, ni quise, leer sus pensamientos. Su pálida mano hizo impacto de lleno en mi mejilla izquierda. Todos contuvieron la respiración. Mientras tanto yo comencé a hiperventilar, más furioso que antes. Ella nunca había utilizado los golpes como castigo...

¿Cómo se atrevía?

— ¿Cómo me atrevo a qué, Eric? — masculló dolida. —Vamos, atácame. Saca ese depredador sanguinario que tus primos y el viejo Clark querían. Hazlo.

Mis ojos ardieron pero negué. Observé que Sutter tomaba una postura defensiva, a la espera de que hiciese algún movimiento contra mi madre.

—Te dije ¡hazlo! — me golpeo otra vez mientras sus ojos derramaban lágrimas. — ¡Vamos! Atácame, como lo hiciste con tus hermanos. Eso es lo que ellos querían. Y lo consiguieron parece.

—Mamá... — la abracé con fuerza. —No me hagas esto, por favor.

Ella no devolvió mi abrazo. En su lugar exigió al Sr. Walters un informe. No entendí a que se refería hasta que el tipo habló, entre tartamudeos, despejando parte de mis dudas.

Percances y Desventuras de un caballeroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora