CAPITULO 13. Nube Negra

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Decidimos quedarnos unos días en la ciudad, no quería dejar a mi abuela aunque sabía que no estaría sola, aun no estaba lista para separarme de ella.

Mi abuela quiso arreglar su habitación el primer día siguiente de la cremación. No solamente habían sido los deseos de mi abuelo, sino quería contar con el apoyo de todos, pues cuando los días de permiso se acabaran cada uno volvería a sus trabajos, sus clases, sus casas. Su compañero diario era mi abuelo, si bien desayunaba con mi familia, cenaba con ellos, pasaría ahora muchas horas sola y según sus propias palabras, lo mejor para ella sería adaptarse rápidamente a una nueva rutina donde mi abuelo no estaba incluido físicamente.

Ella era demasiado fuerte, no sabía de donde sacaba tantas fuerzas cuando yo quería acurrucarme todo el día, sin levantarme, dejar que la tristeza me embargara completamente, porque cuando lloraba por mi abuelo, era cuando más cerca lo sentía.

Así que comenzamos a sacar todas las pertenencias de mi abuelo para guardar algunas, regalar otras, desechar muchas, fue realmente doloroso para todos.

Y es que el ambiente se volvió pesado, gris, lúgubre. Veía el sol brillando fuera de la ventana, pero su luz ni su calor llegaba hasta donde estábamos nosotros. Cada prenda de vestir, cada objeto de mi abuelo despedía un aura de nostalgia, como si tocando cada una de sus cosas fuésemos borrando su huella en el mundo, evaporándose casi físicamente como partículas de polvo elevándose hasta el cielo.

Quizás eran las cenizas de esas presencias que estábamos desintegrando lo que tenía el ambiente opaco.

Navegábamos entre los recuerdos de toda una vida juntos, de la vida de ambos y de la muerte de uno. Tocar esas cosas me transportaban a una época donde ni siquiera viví y que me hubiese gustado experimentar, porque cualquier época donde él estuviese vivo y así de feliz, era una época donde yo quería estar. Así que me quedaba el sabor dulce y amargo de sentir la felicidad que tenían las pertenencias, pero también la tristeza cuando la presencia de mi abuelo desaparecía.

Y entre toda la melancolía que estaba en esa habitación, tuvimos momentos reveladores y algunos divertidos que nos robaron sonrisas en medio de tanta tristeza.

Descubrí que mi abuelo se dedicó a comprar propiedades. No le generaban mucha ganancia porque las arrendaba ridículamente económicas a unas fundaciones y distintas ONGs, algo que nunca me había dicho, ni a mi ni a nadie. Un secreto que era solo de ellos, y que ahora mi abuela compartía con nosotros.

—No necesitaba contárselo a alguien—explicó mi abuela, quien también le restó importancia—, no quería que creyeran que estaba presumiendo ni mucho menos que insistiéramos en aumentar los alquileres.

¡Es que prácticamente eran regalados!

Mi abuela aprovechó para mostrarme cosas que no había visto nunca, cosas que ella misma tenía mucho tiempo sin ver, sus ojos brillaban cada vez que se sumergía en un recuerdo que por el tiempo que tenía de no acordarse, eran nuevos para ella. Recuerdos de su boda, los guantes que había llevado, el velo otrora blanco y ahora amarillento, los gemelos que mi abuelo había usado en su traje, muchísimas fotos antiguas y algunas cartas que mis abuelos habían intercambiado en una época donde mi abuela debió irse a Venezuela cuando su mamá enfermó. Ella las atesoraba con tanto cuidado que mis manos temblaron cuando me las ofreció para que las leyera. Quería plastificarlas, preservarlas mejor, que me duraran toda mi vida y la de mis descendientes. Mike me dijo que podría hacerse, así que uno de mis tíos se ofreció a encargarse de eso, ninguno quería perder ese recuerdo tan valioso.

—¿Y este álbum de que es?—Gabriel y Rámses habían estado fascinados viendo las fotos antiguas, para ellos el momento no representaba lo mismo para mi, aunque entendían perfectamente como nos sentíamos.

No Juzgues La Portada 3Donde viven las historias. Descúbrelo ahora