CAPÍTULO 48. El paso del tiempo no perdonaba

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3 años después 

Desde que había conocido a Rámses, habían transcurrido casi 30 años, cuando lo decía así me sentía vieja, pero a mis casi 45 años, no me sentía de esa edad. Mi cabello seguía brillando con muchos colores. Este año lo llevaba verde.

En ese tiempo mucho había pasado, más risas que tristezas, más locuras que aburrimiento. No podíamos tener días aburridos cuando dirigíamos una clínica que se ha convertido en la mejor de la nación y cuando nuestra meta era convertirla en una de las mejores del mundo, competir con las mejores en avances tecnológicos e investigación. Gabriel dirigía la firma de abogados más importante del país y comenzaba a expandir las fronteras, con la reciente inaugurada sede en España; y en general con más de 30 empresas, medianas y pequeñas, que gestionar.

Un imperio que heredarían nuestros hijos y los de ellos, nuestra familia, el centro de mi vida, la verdadera protagonista de mi historia.

Hoy en día mi familia era numerosa, tanta que se hacía muy difícil que pudiéramos reunirnos como antes, sobre todo cuando ahora nos separaban ciudades y en algunos casos países. Demasiados kilómetros para que pudiéramos reunirnos los domingos como solíamos hacerlo. Ahora teníamos hijos que cuidar, ir a clases de futbol, de natación, de pintura, de música.

Gabriel consiguió una nueva casa cerca de la nuestra, así que cuando el muy trago amargo de su divorcio pasó, podíamos disfrutar de los almuerzos domingueros, después de los partidos de béisbol donde mi sobrino Gabo y mi hija Karen jugaban. ¿Quién diría que Karen heredaría esos dotes deportivos de la familia?. Dotes que no heredaron mis otros hijos, en especial John, ese niño si era todo mío, heredó mi poca y casi nula resistencia física y mi verborrea nerviosa; y Rámses, era todo de su papá, desde esa actitud de chico malo hasta el romanticismo escondido. Los habíamos criado con todos los idiomas que se podían hablar, una gran ventaja en este mundo tan competitivo.

Gracias a Dios que en líneas generales heredaron los buenos genes atractivos de su papá, pero mi sentido de la organización y limpieza.

También vivía cerca de mis hermanos, Enrique y Liam. Liam con sus 26 años vivía al máximo su vida, descubrió su amor por los deportes extremos y continuó viajando, ahora con patrocinadores deportivos. Sacó una carrera de relaciones públicas, únicamente para seguir impulsado su carrera mediática como quería.

Decidió estudiarlo cuando hace casi 4 años sufrió un accidente que cambió su perspectiva, entendió que no siempre podría vivir de esa forma y que tendría que crear la base de algo más sólido.

Enrique, por su parte, se encargó de toda la división de infraestructura, construcción y reparaciones, de todas las empresas Maggio y nuestra corporación. No se realizaba ninguna reparación sin consultarle y estaba a cargo de todas las remodelaciones y modernizaciones de los edificios.

Era a quién acudíamos cuando queríamos realizar un avalúo sobre alguna propiedad que quisiéramos adquirir y fue quien construyó nuestra casa. Él y Unam eran un dúo imparable, implacable.

Éramos una familia llena de niños: Hayden y William tuvieron a un niño por vientre de alquiler; Mike y Johana tuvieron a dos niñas preciosas; Enrique y Unam se quedaron con uno solo, al igual que Jeremy y Lucy. Nos reuníamos por lo menos una o dos veces al mes, aunque como todos estudiaban en el mismo colegio, era más que frecuente que nos viésemos casi a diario. Y sumado a todos nuestros niños, también estaban los hijos de mis amigos, que también se convirtieron en mis sobrinos.

Cuando organizábamos los partidos familiares de acción de gracia solía ser todo un caos y más de una vez terminamos disgustados porque alguno no jugaba limpio o Karen era demasiado competitiva.

No Juzgues La Portada 3Donde viven las historias. Descúbrelo ahora