CAPITULO 24. No todo es blanco ni todo es negro.

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—Si consigo a un buen tatuador, me haré este ¿Qué opinas? —Rámses me mostraba un tribal de líneas negras de distintos grosores que quería colocar en su antebrazo derecho.

—Me gusta. ¿Y si me escoges uno así para mí? — sus ojos brillaron en una mezcla de emoción y excitación.

—¿Tatuajes iguales? — Rámses se mordisqueó el labio y aunque cualquiera pudiese creer que estaba por llevarme a la cama y desnudarme, en realidad él pensaba en llevarme a la cama, pero para ayudarlo a buscar opciones de tatuajes.

—Si, me gusta la idea, pero para mí algo más delicado que eso.

—¿Mañana comienza la expo-tattoo?—preguntó Mike y nosotros asentimos—. Fue un excelente gesto de Ameth de darte ese regalo, melocotoncito, considerando que no es nada fan de tus tatuajes.

El abogado había venido por Gabriel, quería que lo acompañase a hacer algunas cosas en la oficina, y esperaba que el portugués terminara de arreglarse

—Creo que se arrepentirá cuando sepa que Amelia se hará otro—Rámses estaba disfrutando la idea de imaginarse a mi papá enojado.

Rámses le mostró a Mike el tatuaje que quería para él, y también los que estaba seleccionando para mí.

—No estaría nada mal que le dieran un poco de dolor de cabeza a Ameth, en vez de a nosotros, para variar. ¿Y qué piensan tatuarse?

Ameth, Enrique y Unam, vendrían también con nosotros, así que la perspectiva de ese fin de semana con mi familia me emocionaba. Nos quedaríamos en un pequeño hotel en las afueras de la ciudad donde se haría la expo, Rámses no quería manejar de ida y de regreso porque era un trayecto de dos horas.

Ese fin de semana era uno de los que no viajaría a ver mi abuela, lo había sabido desde que le regalaron las entradas a Rámses, y para mi tranquilidad mi abuela estaría ocupada, porque la familia se iría de fin de semana a una cabaña.

Hablaba con mi abuela, sin falta, de forma diaria. No siempre estaba alegre, pero nunca la noté triste. Mis visitas constantes ayudaban mucho a su estado de ánimo y sabía que los fines de semana que no iba, la familia la mantenía ocupada.

Mi papá llegó el viernes en la mañana, junto con mi hermano y mi prima, y al final de la tarde emprendimos el viaje a nuestro hotel. Enrique me había dicho en secreto que quería tatuarse y sabía, aunque el francés no se atrevía a confesármelo, que él y mi novio tenían un plan para que Enrique pudiese cumplir su cometido.

Y no me equivoqué, porque el primer día de la expo, luego de recorrer el lugar por completo y cuando más cansada me encontraba, Rámses, Unam y Enrique se desaparecieron, dejándome con mi papá en el cafetín.

—Entiendo los tatuajes, no me haría uno, pero entiendo que es una forma de expresión, pero ¿por qué en la cara?—Ameth intentaba disimular su expresión cuando un chico, con el rostro todo tatuado y perforado pasaba por su lado. Y entonces el chico sacó su lengua, partida en dos como una serpiente y Ameth se giró con rapidez—. No imagino lo que debió doler eso.

—Lo anestesian, papá. Para algunos piercings no hace falta, pero aun así puedes pedirlo.

—¿Te dolió el tuyo?

—Un poco, pero es demasiado rápido. Me dolía más cuando se me olvidaba que lo tenía puesto y me rascaba—confesé riéndome.

Rámses llegó hasta nuestra mesa y se sentó. Llevaba algunas bolsas en la mano, varios piercings que había comprado para ambos.

—¿Y Enrique y Unam?—preguntó mi papá.

—Los perdí, no sé para donde agarraron, pero saben que estamos acá, ya regresarán.

No Juzgues La Portada 3Donde viven las historias. Descúbrelo ahora