CAPITULO 18. Jaque Mate.

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Despertarme con el aroma de los desayunos de mi abuela, era algo que me encantaba, era imposible despertar de mal humor cuando el dulce olor de las panquecas inundaba mi olfato haciéndome salivar ante la expectativa de lo delicioso que sabía que le quedaban.

La casa siempre estaba inundada de los olores de su cocina. Amaba cocinar y era algo que no había cambiado ni un poco. No hacía mucho que la había visto pero me sorprendió el gran cambio que había dado. Se había inscrito en unos grupos de abuelitas y ahora tenía más amigas que antes, salía con ellas a ejercitarse, se reunían para comer, se visitaban para comer galletas y tomar café mientras chismeaban. Lo encontré adorable y me quitó una preocupación grande de encima, porque por lo general la imaginaba sentada triste, viendo todo el espacio que ahora mi abuelo no ocupaba.

Solía ser bastante negativa y exagerada para muchas cosas.

El tiempo que pasé con ella fue como siempre valioso, la aproveché a cada segundo y gracias a todas sus actividades tuve tiempo para mí. Para pensar, para meditar, para saber qué hacer con el hijo de Rosalía y Stuart.

Y entre tantas meditaciones terminé más perdida que nunca. Por eso concerté una cita con Alexa, porque creía que estaba pasando por alguna crisis de mi edad o de fallecimiento de persona cercana si es que existía.

Tomé un vuelo con escala en el aeropuerto de Ohio para poder visitar a Donovan y cuando lo vi corrí hacía el fortachon. Dov no pudo disimular su tristeza cuando me contó su despedida de Isaack, esa que yo no había presenciado. 

—Lo besé, Amelia, lo besé—Donovan sorbió su nariz—. ¿Y sabes que hizo el muy imbécil? ¡Me devolvió el beso!. Y no fue cualquier beso, ¡fue con lengua!. Dios, Mia, quería devorarlo allí mismo y sé que él sintió lo mismo, lo sé, ¡sentí en mi pierna su erección! Y después se separó de mi, rojo como un tomate, con la respiración agitada como la mía y me dijo que yo debía entender que era un error.

—¿Y qué le dijiste?

—Que cuando su pene lo entendiera, yo lo haría—se rio, pero respiró profundo—. Él insiste que todos nuestros besos fueron por lastima, por alcohol, por adrenalina, por cualquier excusa que le parezca. Le dije que a mí no me mentía, que se estaba mintiendo a sí mismo y que ni su pene se lo creía. Y me largué.

—Lo lamento Dov, de verdad que sí. Quiero mucho a Isa, pero es un tonto y me preocupa que negándose a sí mismo quien es, termine herido.

Dov se encogió de hombros como si no le preocupaba, pero allí se mentía a el mismo.

—¿Te ha escrito?—pregunté y Donovan negó—. Quizás sea lo mejor, para que puedas sanar más pronto.

—Si, quizás, pero lo extraño—confesó—. Me gustaría ver mi teléfono y conseguir una llamada, un mensaje, algún meme, lo que sea de él, para saber que me piensa tanto como yo lo pienso. Pero nada, eso es peor.



Las clases comenzaron y el primer día fue un poco caótico. Entrar en rutina siempre costaba mucho, sobre todo con Gabriel de mal humor por su yeso. En parte también extrañaba a Donovan, compartían muchas clases juntos. Rámses cargaba una ansiedad por su nuevo año universitario, que parecía un niño que iría a Disneylandia, en vez de un chico que va a clases. Solo podía comparar su emoción con la que sintió Gabriel cuando Mike le avisó que ampliaría los casos con los que podría ayudar en la oficina. Yo en cambio, no estaba tan emocionada con ellos. Este año no compartía ni una sola clase con Mikaela y nuestros horarios eran tan distintos que podríamos comer juntas una sola vez a la semana.

Entré a la universidad sintiéndome una extraña, como si fuese la primera vez que pongo un pie en ella, como si no hubiese estudiado allí un semestre entero. No me sentía pertenecer y esto aumentó la ansiedad que venía sintiendo en el pecho desde el fin de semana con mi abuela.

No Juzgues La Portada 3Donde viven las historias. Descúbrelo ahora