EPILOGO

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Muchos años después

Desde que había conocido a Rámses, habían transcurrido una vida entera desde que a mis 17 años un francés gruñón y un portugués suicida, cambiaron mi vida. Quizás menos porque sentía que faltaba muchísimo por ver. En ese tiempo demasiado había pasado, más risas que tristezas, más locuras que aburrimiento. Nuestro imperio había sido heredado por nuestros hijos, por los que quisieron encargarse de los negocios familiares. Un imperio que heredarían también los hijos de ellos, y los hijos de ellos.

Hoy era uno de esos días donde todos estábamos juntos. Por lo menos los que seguíamos presentes en este mundo, aunque sentía la presencia de cada uno, como si no hubiesen partido.

Mike fue primero en marcharse, nunca aprendió a controlar su estrés y jamás fue el mismo después de aquel segundo infarto. Hayden se fue no mucho después, le había dolido la perdida, pero a pesar de eso no se fue triste como siempre temí, se marchó feliz, sin sombra alguna de depresión; el último fue Fernando, quien vivía con nosotros desde que había perdido a sus hermanos, el peso de sus casi 90 años y la tristeza de ser doblemente viudo, le llegó a él una noche. Lo conseguimos en la mañana siguiente, con su anillo de bodas con Karen puesto, como si hubiese sabido que se encontraría con ella.

Esperaba que se hubiesen vuelto a encontrar.

Les sobrevivieron Johana y William, junto con todos sus hijos, nietos, sobrinos. Ahora todos llevábamos una pulsera por cada uno.

Había enterrados a muchos, llorado a demasiados. Mi abuelo, mis abuelas, mi mamá. Muchos se habían ido y sin embargo nuestra familia seguía siendo inmensa.

Y era tan grande mi familia, éramos tantos que ya no era posible reunirnos como antes. Reunirnos era difícil, a veces imposible pero lo habíamos logrado en distintos eventos, no sin mediar una gran logística.

Rámses estaba sentado frente a mí, se volvió taciturno, pero no de amargura, sino porque así es la vejez, algunas veces te robaba cierta chispa.

Después de cierta edad disfrutamos los silencios, disfrutamos perdernos en nuestros recuerdos, no porque el presente sea malo, sino porque en el pasado seguimos siendo los protagonistas de nuestras historias.

No importaba a donde nos llevaran nuestras profesiones, Gabriel, Rámses y yo siempre vivimos juntos, a escasas casas el uno del otro. Por eso el café de la tarde se hizo religión.

—Mis caderas me están matando—se quejó Gabriel y fue Rámses quien se levantó a buscar el café y las galletas que habíamos ordenado.

—Las mías también—sonreí.

—Por fin tienes la misma condición física que nosotros—se burló.

—Solo me costó una vida entera.

—Compláceme, Mia Beleza—Gabriel entrelazó nuestras manos con esa misma mirada suicida en sus ojos.

—Después de tantos años, aun disfrutas atormentando a tu hermano.

—Es nuestra dinámica, Mía Beleza.

—Suelta a mi esposa, Gabriel—mi francés gruñón caminaba hacia nosotros con una bandeja en las manos, su mirada echaba chispas allí donde Gabriel me mantenía la mano sujeta.

—Oh, vamos, hermano, tienes que compartir, es lo que nuestros papás siempre decían.

—No compartiré a mi esposa

—Pero yo no tengo—y le hizo un puchero que, con su edad, era un tanto ridículo y divertido.

—Si tu rompiste tu juguete, no por eso debo prestarte el mío.

No Juzgues La Portada 3Donde viven las historias. Descúbrelo ahora