CAPÍTULO 39. Me volveré viral

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—¿Qué pasó?—grité a través de la ventana, pero el chico intentaba marcar nuevamente a emergencias, sin embargo el teléfono estaba muerto también.

Se había ido la luz.

Maldije y golpeé el marco de la ventana con fuerza, asustando al pequeño chico.

—Lo lamento, yo...

Me sentía perdido. ¿Qué podía hacer? No tenía conocimientos médicos para asistirla durante el embarazo. Las cosas que se ven en las películas sobre "trae agua y toallas limpias" no se acercan en nada a lo complejo del momento, además de que no era buena señal ni augurio la condición médica de Rosalía.

Pero buscar agua y toallas limpias, era lo único que podía hacer.

Eso y rezar de que llegara ayuda pronto.

—¿Cómo te llamas?—le pregunté al chico, quién dudó mucho en responderme.

—Julio.

—Escucha Julio, tengo que ir a ayudar a Rosalía. ¿Puedes llamar a emergencias apenas llegue la luz?.

Él asintió asustado, pero entonces saltó con fuerza cuando un relámpago explotó en el cielo.

—Sé que tus papás te dijeron que no abrieras la puerta y que no salieras, pero si tienes mucho miedo puedes venir conmigo—sabía que no aceptaría, era un chico prudente—. ¿Te acordarás de llamar a emergencias?

—Si, encenderé las lámparas para darme cuenta cuando llegue la luz y llamaré. Lo prometo.

Le di las gracias y corrí nuevamente al lado de Rosalía. El viento era impresionantemente fuerte, iba acompañado de hojas y algunas ramas de árboles y sobre todo mucho polvo, lo que hacía realmente difícil ver.

Entré a la casa y corrí a la habitación, busqué sabanas y toallas limpias, y todo lo que creí útil, aunque no sabía para qué. También busqué agua fresca y la coloqué cerca del mueble donde la había acostado.

No tenía fiebre, era una buena señal, pero seguía sin recuperar la consciencia, pálida y fría. Su pulso tampoco había mejorado. Llevaba mucho tiempo inconsciente, eso no era normal, porque debió recuperar el conocimiento en menos de 1 minuto.

Coloqué las sabanas en el piso y con todo el cuidado que pude la acosté allí, tratando de que la luz de la calle me diera algo de iluminación, lo que era un chiste considerando que había un maldito diluvio allá afuera.

Lo que me falta es un puto eclipse.

Los doctores preparaban el área de trabajo no pensando en la comodidad del paciente en primer lugar, sino en el suyo porque eran los que tenían que tener un buen espacio de maniobra sobre el paciente.

Flexioné sus piernas, apoyándolas sobre mis hombros, era una técnica para recuperarla del desmayo que valía la pena intentar, sin embargo no funcionó.

Dejé sus piernas flexionadas, con ayuda de algunos cojines y respiré profundo antes de volver a asomarme.

Su dilatación parecía haber aumentado, pero no podía estar seguro, no sin realizar un tacto.

Miré por la ventana, porque esperaba que llegara la ambulancia antes de tener que introducir mis dedos en su vagina. Sé que debía ser profesional, pero me estaba costando mucho. Por algo los doctores no atendían a familiares.

La puerta sonó y me levanté emocionado, pero en la puerta no había nadie, apenas alcancé a ver los piecitos de mi vecino perderse en la lluvia. Me había traído una lámpara de emergencia, algunas velas y cerillos. Grité gracias y regresé a donde Rosalía.

No Juzgues La Portada 3Donde viven las historias. Descúbrelo ahora