18. Preguntas que no pude hacer

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Sol.

Verano.

El niño que se le acaba de caer el helado y me causa risa.

Hoops. Esperen ¿Hoops? Ah sí, ya me acordé.

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— ¡Laveau! ¡Déjate de holgazanear y ponte a trabajar! — Gritó la señora Hoops desde el otro lado de la piscina. ¡Dios!

Me levante de la silla. —Se supone que estoy en mi hora de descanso señora Hoops. —Le hablé fuerte.

—Las sillas son para los clientes, no para que los empleados se acuesten a tomar el sol. — Dijo una vez que rodeó la piscina. —Si estas tan aburrida, ve a ayudar a en el establo, les falta personal. —Entonces contraten a más gente, eso sí, asegúrense de que sirvan para algo. No como yo, que no sirvo ni para hervir la olla.

—Mi descaso aún no termina.-Respondí.

—Tu descanso terminó hace veinte minutos. —Eso no lo vi venir.

—Creo que debería ir a trabajar. —Dije parándome de la silla. El deber llama después de todo.

—Sí, yo también creo lo mismo.-Se cruzó de brazos molesta.

El heno de los caballos, hacía que me picara todo el cuerpo, perecía que tuviera sarampión de lo tanto que me rascaba.

Debo reconocer que limpiar el excremento de los caballos es mucho mejor que estar atendiendo al público y estar jugando a "¿dónde diablos está el cliente?".

El club constaba con establo debido a que impartían clases y el club de equitación. Por supuesto que esto era sólo para socios, porque el club Harmon ofrece lo mejor de lo mejor para sus clientes.

—Camile, ¿podrías ayudarme a llevar estos caballos a los chicos de afuera? —Me pidió Hanna desde el otro lado de la caballeriza.

Hanna, era adiestradora de caballos, se encargaba del cuidado de ellos y los preparaba para que las personas pudieran practicar la equitación.

Amaba a los caballos, incluso más que a sus hijos. O eso es lo que ella dijo cuando llegué al establo. Se veía que era una persona agradable. Había llegado desde Arizona hasta California buscando la oportunidad de ser actriz de Hollywood, lástima que no le fue muy bien.

—Necesito que saques al caballo del compartimiento cuatro. —Dijo ella, mientras se encargaba de preparar a la Yegua.

Estaba nerviosa, nunca antes había estado tan cerca de un caballo, temía que el animal llegara a levantarse y me diera una patada.

—Tranquila, están adiestrados, no te golpeará ni nada de eso. —Dijo Hanna detrás de mí.

Abrí el compartimiento del caballo como ella me pidió que hiciera. Dios mío quiero que sepas que si este animal no llega a matarme, iré a la iglesia todos los domingos, incluso si es el pastor Jenkins el que predica.

Cuando abrí la puerta con los ojos cerrados. Adiós mundo cruel, fuiste bueno.

Pero cuando me percaté de no estaba muerta y que el caballo nunca me hizo nada. Abrí los ojos. Y el caballo seguía donde estaba.

Tenía un pelaje negro que brillaba por sí sólo.

La figura de la castaña se interpuso en mi vista. Hanna al rescate por fin había llegado a salvarme.

—Estos caballos les pertenecen a los muchachos de afuera. —Soltó ella. —No les gusta usar ninguno caballo que no sea de su propiedad. Así que cuando vienen al club, se les debe entregar sus caballos. —Que malcriados, fue lo primero que pensé. O sea, yo ni siquiera tengo para mantener un perro y ellos que tienen se ponen quisquillosos por unos caballos.

Cuando el amor sea para siempre ©| TERMINADA |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora