23. Pan , huevo y...Mitch

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Pan, huevo y leche. No lo olvides Camile. Pan huevo y leche, tres simples cosa.

Caminaba por el pasillo de los lácteos buscando la leche más barata del supermercado. Tomé la caja de leche y seguí buscando las demás cosas.

Pan, huevo y leche. La leche estaba en el canasto, por ende sólo faltaba el pan y el huevo. Seguí caminando por los pasillos, mientras me repetía una y otra vez la lista de las compras.

Pan, huevo y leche

Pan, huevo y leche.

Pan, huevo y... ¡Oh por Dios que barato las naranjas! no están dentro de la lista pero no hace mal llevar unas pocas, sobre todo si están a un precio bajo.

Unos de los reponedor del supermercado, se encontraba reponiendo la

Tardé un tiempo en reconocerlo,
Si no llevara ése uniforme lo reconocería al instante.

—No me digas que también trabajas aquí. —Dije detrás de él. Cuando oyó mi voz se giró para verme y como siempre con esa sonrisa que parecía estampilla.

—Es lunes así que, hoy soy Mitchell el acomodador. —Dijo sonriendo. Me impactaba la disposición que le dedicaba a sus trabajo, desde que lo he visto trabajar, nunca se ha quejado de lo que hace.

— ¿A qué hora sales? —Pregunté sin darme cuenta de lo que decía. Ni siquiera sé de donde conseguí valor para preguntarle algo así. Pareciera que le estaba coqueteando, cuando en realidad es todo lo opuesto.

No tiene nada de malo, preguntar por el horario de salido de tu amigo, porque es mi amigo ¿no es así?

—En media hora más. Dijo mirando el reloj de su muñeca. — ¿Qué hay de ti? ¿Ya saliste del trabajo?

—Apenas puse un pie en mi casa y me ordenaron venir a comprar. —Suspiré fastidiada.

—Lastima, ¿qué venias a comprar?

—Pan, leche y...—Lo había olvidado. Maldita sea, eran tres simples cosas y ni siquiera fui capaz de recordarlas. Ni a la pececita Doris le ocurre tal semejanza como la mía.

—Se me olvidó. —Dije en voz baja. Me daba vergüenza que Mitch supiera que no era capaz de retener tres simples encargos.

—Intenta recordar. —Dijo amablemente.

—No, da igual, le diré a papá que no había y listo. —La conversación comenzaba a apagarse. Y yo no veía cómo sacarle temas de conversación.

— ¿Puedo acompañarte a casa?—Preguntó nervioso.-Vine en el auto así que...

—S-sí, me encantaría, digo...sí. L-lo que intento de decir es que...gracias. — No sé a qué vino eso, les juro que nunca estoy así de nerviosa.

—De acuerdo, te veo en la salida.

Al final terminé comparando el pan, la leche y las naranjas. Porque por más que intentara recordar, no lo logré.

Espere a Mitch en la entrada del supermercado. La gente entraba y salía y yo me preguntaba si Mitch sería capaz de encontrarme.

Pero no fue hasta que lo vi caminar hacia la salida cuando mi duda fue aclarada.

Ya no llevaba su uniforme de reponedor, ahora sólo vestía con su ropa habitual.

Caminamos hasta el estacionamiento, la verdad es que no conocía el auto de Mitchell, ni siquiera sabía que tuviera uno.

Cuando lo vi, supe de inmediato que el auto era heredado. La familia de Mitch no era como la de Augusto. No vivían una vida acomodada, ni asalariada.

Cuando el amor sea para siempre ©| TERMINADA |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora