12. La traición duele

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NO CONFÍES EN NADIE, SOBRE TODO SI SE LLAMA REBEKA.

¿Pueden creer que ahora todo el mundo sabe conducir, menos yo?

Incluso Vesper sabía, que no tuviera licencia era otra cosa.

Así que me decidí a tomar la decisión más difícil de mi vida.

Si señores y señoras, hoy aprenderé a conducir.

Al principio estaba entusiasmada por la idea de conducir, incluso le pedí a papá que me enseñara y el acepto con gusto.

Lástima que solo nos duró cinco minutos, porque en cuanto me subí al auto, a papá se le pusieron los pelos de punta.

— ¡Pisa el freno! ¡Pisa el freno! —Gritaba papá.

Se aferraba al cinturón de seguridad como si su vida dependiera de ello.

—Si no vas a echar el auto a andar, deja la palanca de cambios en neutro.

Era como la sexta vez que me decía lo mismo, si no era eso, me regañaba por el freno, por no señalizar o por lo que hiciera.

Lo más difícil de conducir eran los cambios, si sueltas el embriague muy fuerte, el auto se detiene, si lo sueltas muy despacio no arranca.

El auto se me paraba todo el tiempo y entre los gritos de papá, comenzaba a ponerme cada vez más nerviosa.

El propósito de todo esto era intentar aprender y así poder cumplir con el reto de conducir que propuso el tramposo de Rome.

—Terminaras rompiendo las bujías Camile. —Dios dame paciencia. Ni siquiera sabía que eran las bujías.

—De acuerdo papá, suficiente, creo que no estamos progresando en nada.
— Estaba cansada y las manos me sudaban por los nervios.

Papá seguía afirmándose del cinturón, Cuando escuchó lo que dije, puso los ojos en grande.

—Pues sigue intentando, no aprenderás por arte de Magia. — Soltó indignado.

Después de un buen rato intentando sacar el auto, logré llegar a la esquina de un semáforo. Para mi conducir era el peor de los martirios. Era un estrés horrible, que me hacía sudar como si estuviera a una temperatura de 34°.

— Ayer me encontré con la señora Shwitch en el supermercado. — Mencionó papá.

¿A que venía ése comentario? Preferí ignorar su comentario y no responder nada del tema.

—Y...nos invitó a cenar hoy en su casa. — Soltó de repente.

— ¡¿Que?! —Frené el auto bruscamente por la repentina noticia.
— ¡¿Espera que?! — Ni siquiera lo podía creer. Del estrés pasamos al enojo en menos de treinta segundos.

Estoy segura que debe haber una confusión en todo esto. Los Shwitch y yo no hemos tenido contacto ni comunicación por tres años. La última vez fue un caso especial por la muerte de Alistar. Pero esta vez no le hallaba ninguna lógica a todo esto.

—Ay no exageres solo será una cena, como antes, cuando tú y Augusto eran...—No terminó la oración, por la mirada de fusilación que le estaba dando por semejante cometario. Papá sabía que estaba metiendo la pata más de lo que debía.

— ¿Por qué te invitó?— Pregunté asqueada han semejante situación.

—Dijo que sería bueno que sus hijos pudieran platicar con alguien más que no sean ellos mismos. — Respondió encogiéndose de hombros. —Desde que Alistar falleció han estado muy solos y... sería bueno que alguien de confianza hablara con ellos.

No sé qué pretendía la señora Shwitch al invitarnos a su casa. Augusto y yo ya no éramos amigos, tampoco había una relación en común que nos permitiera semejante cercanía.

En palabras más simples, los Shwitch y yo no teníamos nada de qué hablar.

Además, yo no quería ir, tendría que ver a la señora Shwitch y a sus hijos y estoy segura que se formarían situaciones incómodas.

Pero si no iba, papá comenzaría a usar su psicología inversa y yo terminaría yendo a regañadientes.

— Muy bien, iré. — Dije. La cara de papá se iluminó. — Pero sólo si Rebeka también va. — La expresión de su cara se apagó al instante.

Rebeka no iría ni en un millón de años a la casa de los Shwitch. Ni aún que le pagaran entraría a esa casa.

Rebeka no me fallaría, seguro dirá que no

Lo siento papá, pero entre ser y no ser, yo prefiero ser antes de poner un pie en esa casa y tener que volver a ver a Augusto, además me había comprometido a no volver a verlo más.

Una no puede hacerse promesas para luego terminar rompiéndolas, no señor.

Las clases de conducción con papá tuvieron que postergarse ya llevaba tres horas practicando y no progresaba en nada.

Así que tuvimos que volver a casa. Esta vez fue papá quién conducía, porque yo no terminaría llegando nunca a casa.

—No voy a pisar esa casa ni loca. — Dijo Beka.

¿Lo ven? les dije que Rebeka no me fallaría jamás. Su resentimiento con esa familia era tan grande que su rencor le impedía incluso asistir a una simple cena.

— ¿Qué tal si te dijera que puedes llevarte el auto a la universidad? —Propuso papá.

— Hecho.

¿Esperen qué? ¿Es en serio? ¿Así de fácil?

Mi hermana acababa de venderse ¡¿por un auto?!

—Dijiste que no pisarías esa casa jamás. — Solté indignada.

—Sin invitación. — Dijo cómo escusa. No lo podía creer, era lo más absurdo que había escuchado en mi vida.

— ¡Te vendiste por un auto! — Solté molesta por su comentario.

—Todo tiene un precio en esta vida. —Puso su mano en la frente dramáticamente.

—Un trato es un trato Camile, no lo olvides. — Se burló papá.

Ahora tendría que ir a casa de los Shwitch y aguantar toda la cena. Y todo porque mi hermana se vendió por un auto.

Espero que algún día quede varada en ese auto por el que se entregó en bandeja de plata.

Toma nota, nunca poner mi confianza en ninguna de mis hermanas, la mayor porque nunca cumple con sus promesas y la otra porque es demasiado fácil de persuadir.

Supongo que no me queda más remedio volver a ver a la familia Shwitch, pero mi problema no era con la familia, si no con el segundo hijo.

Augusto.

Augusto

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Cuando el amor sea para siempre ©| TERMINADA |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora