Capítulo Catorce

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Dulce suspiró tranquila al recibir la suave brisa de la tarde sobre su rostro. Ya llevaban una semana en Aguas Claras y sentía que las cosas no podían ir mejor. Su vida con Christopher ahí era simplemente perfecta. Solían despertar por las mañanas y quedarse en la cama por un buen rato mimándose mutuamente, desayunaban juntos, luego él revisaba algunos asuntos de la constructora que dejó pendientes al terminar su pasantía y ella se entretenía dibujando, pintando o leyendo. Después preparaban juntos el almuerzo y por las tardes salían a recorrer el bello pueblito que los había alojado en esta loca aventura. Volvían justo para cenar y cada noche hacían el amor con absoluta entrega y devoción.

Hace poco habían vuelto de su paseo habitual y Christopher estaba tomando una ducha. Dulce aprovechó para salir a la terraza a despejarse un poco mientras se refrescaba con una limonada que ella misma había preparado. Al tomarla, no pudo evitar recordar que la receta era de su madre y con ese recuerdo en la cabeza, decidió que ya era tiempo de contactarse con sus seres queridos.

Con determinación entró a la casa y se dirigió a la habitación. Abrió el cajón de la mesita de noche y sacó su celular, el cual estaba apagado desde que salió de la casa de sus padres. Volvió a salir a la terraza y con manos temblorosas prendió el aparato. En cuestión de segundos miles de notificaciones comenzaron a iluminar la pantalla, llamadas perdidas, mensajes de texto y buzones de voz estaban acumulados y tintineaban por ser recibidos. Dulce sacudió la cabeza abrumada y buscó en la agenda a la persona con la que quería hablar.

—¡Dulce María! —gritó.

—Hola Annie, ¿cómo va todo?, ¿puedes hablar?

—Si, estoy sola —respiró hondo—. Dul, las cosas han estado horribles desde que te fuiste. Poncho se ha transformado en un energúmeno. No pasa un solo día sin que te busque o pida información sobre ustedes. Hasta fue a la casa de los tíos de Christopher para hablar con ellos. Finalmente no consiguió nada y eso lo ha puesto peor. No para de repetir que Christopher quiere hacerte daño, que debe encontrarte antes de que él te lastime.

Dulce cerró los ojos con fuerza mientras escuchaba lo que su amiga le contaba. Sabía que todo esto sería difícil para su hermano, pero no imaginó que tanto.

—¿y mis papás? —preguntó temerosa.

—Tus papás no entienden absolutamente nada. Están hechos un lío porque no saben por qué te fuiste de la casa o por qué te escondes. Solo escuchan a Poncho decir que Christopher es malo y que tienen que encontrarte pronto. Creo que deberías llamar a tú mamá para tranquilizarla, está muy nerviosa imaginando que te fuiste con el mismísimo Barba Azul.

—Si, la llamaré. ¿Y cómo estás tú? ¿Poncho ha sido muy pesado contigo? —escuchó como Anahí suspiraba con tristeza y se sintió terriblemente culpable por todo lo que le estaba haciendo pasar a su mejor amiga y a su familia.

—El primer día fue todo un salvaje, vino a mi casa a gritarme y a exigirme que le dijera dónde estabas. Se dio cuenta de que yo ya sabía de la relación que ustedes tenían y por eso no me creía cuando intentaba explicarle que no sabía nada de tu paradero —se aclaró la garganta y Dulce pudo apostar que estaba luchando por no llorar—. Lo he negado hasta el final y no se si terminó por creerme o se rindió. He estado a su lado todos los días, tratando de apoyarlo y estar ahí para él.

—Perdóname, Annie —dijo con toda la culpa que sentía en ese momento—. No debí meterte en todo esto...

—Ya Dul —la cortó, más brusca de lo que hubiese querido—. Yo sabía en lo que me metía cuando decidí ayudarte —hizo una pausa en la que ninguna de las dos supo qué decir—. Ahora cuéntame, cómo van las cosas con Christopher. Por favor dime que te está tratando bien.

EngañadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora