Capítulo Veintiuno

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La cena había sido tan agradable, que Dulce casi llegó a olvidar todas las aprehensiones que tenía en contra del padre de su hijo. Christopher se había comportado como todo un caballero, las había ayudado a preparar la comida y a poner la mesa. Durante la cena fue absolutamente encantador, charló animadamente con Zoraida de esto y de aquello, habló sobre su nuevo trabajo en la constructora de su tío y se mostró genuinamente interesado por el programa que Dulce y Zoraida estaban realizando.

Mientras la velada transcurría, la pelirroja evidenció nuevamente todo el carisma y encanto que Christopher tenía, y que él sabía que poseía. Era un hombre guapo, simpático e inteligente, cualidades que la habían enamorado desde que lo conoció y que, lamentablemente, no podía olvidar que él había utilizado a su favor para hacerla caer en su trampa. Si bien había logrado dejar a un lado, por un instante, todo eso mientras charlaban y compartían la mesa, su tórrido romance siempre estaba de forma tácita en sus pensamientos, al igual que la forma en la que terminó. Se preguntaba si algún día podría compartir con él sin pensar en todo aquello que le hizo.

Ahora, ambos se encontraban en la cocina, terminando de lavar los platos sucios. Zoraida, hábilmente, había huido en cuanto terminó de comer, alegando que esa noche tenía un compromiso, algo que Dulce no creyó ni por un instante, pues sabía que su amiga solo ponía una excusa para dejarla sola con Christopher. Una vez solos, él se había mostrado cordial y conversador y ella había respondido de la misma forma, logrando que, finalmente, Dulce se descubriera disfrutando del momento que compartían, pese a todas las barreras que se había auto-impuesto para evitarlo. Comenzaron hablando sobre arte y, sin saber cómo, terminaron riendo de las anécdotas que Christopher le contaba sobre las travesuras que había hecho con Maite cuando eran pequeños. Luego de reír un buen rato, él se había ofrecido a ayudarla a ordenar y a limpiar todo, obviamente la chica se negó al principio, pero terminó por aceptar debido a su insistencia.

Cuando el último plato fue puesto en su lugar, ambos se quedaron en silencio por un instante y Christopher decidió que era hora de marcharse, pues no quería presionar a Dulce más de la cuenta, ya mucho había avanzado hoy como para estropearlo. Comenzaba a despedirse cuando el teléfono de la casa comenzó a sonar.

—¿Bueno? —dijo alegre, al tomar el auricular.

—Hola, Dul. ¿Cómo estás? —la saludó Alex al otro lado de la línea.

—¡Hola! —dijo animada, pero omitiendo su nombre. No quería otra escenita de Christopher, quejándose sobre Alex—. ¿Bien y tú?

—Bien. Te llamaba para preguntarte a qué hora quieres que pase por ti, para que vayamos a tu ecografía.

Dulce se sintió palidecer, había olvidado por completo la ecografía. Bueno, no por completo, solo la parte en que había aceptado que Alex la acompañara y también aquella donde le informaba a Christopher sobre la cita.

— A las nueve y media, ¿te queda bien?

— Perfecto, nos vemos entonces. Adiós.

Colgó el teléfono mientras mordía su labio interior, Christopher se había quedado en la sala esperando por ella para despedirse. Ahora sí que estaba metida en un lío, pues sabía que cuando Christopher viera que Alex la acompañaba, se pondría furioso y sacaría conclusiones que no correspondían.

¡Un momento!, ¿desde cuándo habían comenzado las consideraciones para con Christopher?, se preguntó. Ella tenía una vida y una rutina armada ahí en Florencia, era él quien había llegado de improviso y no tenía derecho a inmiscuirse, menos a opinar, sobre ella y sus amistades. Con esa idea en la cabeza, se encaminó con paso decidido hasta donde el hombre se encontraba, dispuesta a discutir con él si era necesario, pero la convicción se fue al piso cuando él, al verla, le regaló una cálida sonrisa. Una de esas con la que la había conquistado sin siquiera saberlo y a las que recurrió muchas veces para hacerla caer en su juego.

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