Capítulo Veintidós

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Las dos semanas que quedaban de su aventura en el viejo continente pasaron volando. Entre las visitas de Christopher, y sus innumerables intentos para estar cerca de ella y así ganar la oportunidad que tanto añoraba; los constantes agasajos de Alex, quien no se rendía en la lucha por ganarse su corazón y las infaltables bromas de Zoraida respecto a la suerte que tenía de que dos hombres estuvieran disputándose su atención y amor, Dulce sintió que en un parpadeo ya estaba en su casa nuevamente, rodeada por su hermano, Anahí y su mamá.

Estaba feliz de estar de vuelta, de cierta forma lo había echado de menos, pero también se sentía extraña al volver a vivir con su familia, pues se había acostumbrado a la independencia, a salir cuando quisiera, comer cuando quisiera, dormir cuando quisiera y tener las visitas que quisiera, sin que nadie pusiera un pero. Se sonrió cínica a sí misma, pues le costó poco identificar el curso que habían tomado sus pensamientos. La realidad es que le preocupaba que Christopher no pudiera visitarla con la libertad con la que lo hacía en Florencia, pues ahora se encontraría con Poncho, quien no iba a permitir, bajo ninguna circunstancia, que él pisara la casa, menos que se quedara a hacerle compañía un rato. Y eso la afligía, se odiaba por eso, pero la afligía, porque se había acostumbrado a tenerlo cerca de nuevo, con distancia emocional, pero cerca de ella de todas formas.

Las primeras dos semanas en casa fueron rápidas también, pues entre la bienvenida y reponerse del viaje, no había tenido tiempo de aburrirse y luego, con ayuda de Annie y Poncho, comenzó a reorganizar su cuarto, para hacerle espacio a las cosas del bebé, que aún no compraba, pero que pronto tendría que adquirir, ya que su hijo estaba cada día más grande e inquieto, sobretodo inquieto, no dejándola dormir bien por las noches.

Esa mañana, Anahí había llegado temprano para enseñarle unos ejercicios de "yoga para embarazadas" que había visto en el gimnasio donde entrenaba regularmente. Al terminar, Dulce agradeció mucho el ejercicio, pues sentía gran parte de sus músculos agarrotados por el sedentarismo. Ahora se encontraban en la terraza, disfrutando del sol matutino mientras esperaban la hora de almorzar y Anahí había pedido todos los detalles de lo que había ocurrido en Florencia.

—¿Y tú permitiste que estuviera ahí? —preguntó enojada.

—¿Y qué querías que hiciera? —rebatió Dulce—. Además, él solo fue para saber si el bebé estaba bien...

—¡Fue con esa excusa!, pero terminó por engatusarte de nuevo. ¿No que no se va a rendir hasta que estén juntos de nuevo o yo no sé qué cosa?.

—No importa lo que él quiera, soy yo la que decide finalmente. Y aún no estoy segura de darle otra oportunidad

—Ay si claro —dijo irónica—. Debiste ver cómo te brillaban los ojos cuando empezaste a contarme que él había ido hasta allá —suspiró—. Dul, ¿es que no aprendiste la lección?

—¡Bueno, ya! —la frenó irritada, para luego darle una mirada acusadora—. Hubieras pensado eso antes de decirle dónde encontrarme.

La rubia abrió los ojos como platos.

—¿Perdona? —preguntó aturdida.

—Annie, no te hagas. Tú fuiste la única que pudo decirle dónde encontrarme. Si no querías que Christopher estuviera cerca de mí, entonces por qué le dijiste mi paradero.

—Dul, te juro que no sé de qué hablas —dijo Anahí, tan shockeada por la acusación, que Dulce supo que no mentía—. Yo no le dije nada, ¿cómo crees que te haría algo así?

—Se lo conté yo, hija —intervino Blanca, acercándose a ellas. Sin querer había escuchado la conversación y supo que tenía que decirle la verdad a Dulce.

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