Capítulo Dieciséis

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Alex miró a Dulce de reojo, para no perder la atención puesta en la carretera. Desde que habían abandonado Aguas Claras, hace dos horas más o menos, la pelirroja se había mantenido en la misma posición: la cabeza reclinada hacia la ventana, abrazando sus piernas con los brazos y las rodillas pegadas al pecho. Su mirada estaba perdida en el exterior y sus mejillas continuaban empapadas producto de las lágrimas que no cesaban de salir de sus vidriosos ojos. En ese momento el profesor de matemáticas pensó que ya no quedaba rastro de la alegre y enamorada joven que había conocido hace unas semanas.

—Tengo que salir de aquí, antes de que Christopher regrese —le pidió la chica, en cuanto se encontraron—. Ayúdame, por favor.

Él no lo dudo ni un minuto, vio la angustia y sobretodo la pena en el rostro de Dulce y supo que tenía que atender a su llamado. Sin preguntarle nada, la llevó hasta su auto y, tal como ella le suplicaba, la sacó del pueblo. Lo último que salió de sus labios fue que la llevara a un terminal de buses, pues vivía en la capital, pero él le aseguro que la llevaría hasta allá y donde fuera necesario; Desde ese momento la chica no había vuelto a hablar, ni a moverse.

No pudo evitar preguntarse qué había ocurrido para dejarla en ese estado. Claramente Christopher tenía algo que ver ¿le habría hecho daño? ¿la habría maltratado? Esas preguntas no habían dejado de rondar su mente desde que la vio y necesitaba saber si ella estaba en peligro.

—Dul —dijo con suavidad—. No quiero entrometerme ni mucho menos, pero estoy preocupado por ti. Cuéntame, ¿Christopher te hizo daño?, ¿Quieres que vayamos a dejar constancia a la comisaría?.

Siquiera escuchar su nombre se sentía como una daga en el corazón. Dulce cerró los ojos y sin inmutarse respondió:

—No abusó de mí, ni me maltrató físicamente, si a eso te refieres.

—Entiendo, ¿quieres hablar de lo que pasó?

—No —respondió mientras un sollozo se escapaba de sus labios—. Perdóname, Alex. Pero en este minuto me cuesta hasta respirar.

—No te preocupes, pequeña —le dijo cálidamente—. Pronto llegaremos a tu casa y todo estará bien. Ya estamos a medio camino.

Al escuchar eso, Dulce se sintió aliviada de estar cada segundo más cerca de su familia y a la vez más lejos de la pesadilla que había vivido el día de hoy. Lo único que quería era sentirse segura en su hogar, con su hermano y las personas que realmente la querían, para luego tratar de olvidar a Christopher y todo lo que sentía por él, aunque sabía que sería imposible.

Al igual que un intruso, él se coló en sus pensamientos y sin percatarse cómo, se descubrió rememorando cada minuto con él: cuando él chocó con ella por primera vez y comenzó a hablarle; cuando se ofreció a llevar sus libros y al día siguiente a sentarse junto a ella en clases, luego la noche que la invitó a bailar y su primer beso; su día en la playa; cuando fue a su casa por la noche a declararle que la amaba y durmieron juntos; la historia que le contó sobre su infancia y la muerte de su madre; la fiesta de cumpleaños; su primera vez y lo especial que se había sentido, así como cada vez que hacían el amor; finalmente cuando se escaparon y luego... luego cuando Poncho le dijo que todo era una mentira. ¿Cómo era posible que él hubiese fingido tan bien lo que sentía por ella?, se preguntó, incapaz de entender lo ilusa que había sido con todo esto. Después concluyó que precisamente esa ilusión había hecho todo el trabajo de Christopher más fácil, pues seguramente ella había visto lo que quería ver y había sentido lo que quería sentir. Christopher nunca la había amado y era algo que tenía que empezar a asumir.

Sintió como la movían suavemente y por una fracción de segundo pensó que todo había sido efectivamente una pesadilla, hasta que escuchó la voz de Alex pidiéndole que despertara. Nunca, en toda su vida, había sentido el pecho tan oprimido y los ojos tan pesados. Con mucho esfuerzo logró abrirlos y notó que estaban fuera de su casa.

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