Capítulo Veinticuatro: Final

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Pedro Uckermann Espinoza nació a las 5:45 de esa madrugada, demostrando la fuerza de sus pulmones en la forma de llorar. Su madre solo pudo llorar de emoción cuando lo pusieron por primera vez entre sus brazos y con un beso sobre la frente le dio la bienvenida a este mundo. Su padre se quedó próximo a ellos, esperando que la imagen que estaba contemplando pudiera guardarla en su memoria para el resto de su vida.

En cuanto las enfermeras se llevaron al bebé para limpiarlo, Dulce se quedó profundamente dormida y Christopher salió a anunciarles a todos la gran noticia del nacimiento de su hijo. Maite lo abrazó con fuerza y luego Anahí le tocó el hombro con emoción, mostrándose feliz pero distante con él. Poncho solo le dio una mirada neutra, la primera después de muchos años de rivalidad y ambos inclinaron la cabeza a modo de saludo y, de cierta forma, como una tregua.

Un rato más tarde, los tres tíos de Pedro se encontraban pegados al vidrio de neonatología, identificándolo entre los cuneros por la rotulación con su nombre, frente a la pequeña camita. Lo veían dormir como si ese fuera el mayor de los espectáculos, preguntándose al mismo tiempo cómo un ser tan pequeño podía haberles robado el corazón de forma tan fugaz.

Anahí bostezó, sintiéndose de pronto fatigada por el rudo despertar hace unas cuantas horas ya. Miró a Poncho y apretó su brazo con cuidado para llamar su atención.

—Voy a la cafetería, necesito un expreso con urgencia. ¿Quieres algo? —Poncho solo negó con la cabeza, incapaz de despegar los ojos de su sobrino. Anahí sonrió y miró a Maite, quien estaba igual o más embobada que su novio—. Maite, ¿tú quieres algo?

La morena la volteó a ver, sorprendida porque alguno de los dos le dirigiera la palabra. Luego, le sonrió con cordialidad.

—No, muchas gracias —Anahí le devolvió la sonrisa antes de irse y ella pudo volver a mirar a través del vidrio.

No fue claro para ninguno de los dos cuánto tiempo estuvieron ahí, pero Poncho fue el primero en percibir que se encontraba solo con Maite. Y esa situación lo puso nervioso, como no estaba hace mucho tiempo, pues a diferencia de otras oportunidades, esta vez no quería incomodarla o hacerla sentir mal. Esta vez eran solo dos personas compartiendo un espacio debido a una persona en común, y no cualquier persona, un sobrino de los dos. Eso hizo que Poncho respirara hondo y volteara a ver a Maite, tragándose, por segunda vez en la jornada, el orgullo que sentía y que había preservado por tantos años.

—Maite... —la llamó con cautela, aún así logrando que la morena se sobresaltara y finalmente volteara a mirarlo—. ¿Podemos hablar un momento?

El hombre vio la duda en los ojos de la morena y, luego de lo que pareció un debate interno, ella asintió con la cabeza. Se apartó del vidrio y se sentó en los asientos más próximos a la sala, mientras esperaba que Poncho hiciera lo mismo a su lado.

—Yo... Sé que es un poco tarde y que han pasado muchos años, pero quiero disculparme contigo por lo que te hice en el colegio. Fui el mayor de los imbéciles y no te merecías nada de lo que pasó —botó el aire, como si con ello también botara el peso que había cargado por tanto tiempo sobre sus hombros—. Soy muy consciente de que tal vez una disculpa no sea suficiente, pero necesitaba que supieras que no ha pasado un solo día en que no me arrepienta por lo que te hice. Por favor, perdóname.

Maite nunca esperó escuchar las palabras que acaban de salir de la boca del que fue su primer amor en la adolescencia y, sin duda, la habían pillado desprevenida. Las lágrimas reaccionaron primero que su respuesta y sin poder detenerlas, las sintió corriendo libremente por sus mejillas.

—No me has parecido muy arrepentido en todos estos años —dijo finalmente y Poncho sonrió.

—Sé perfectamente el idiota que he sido, pero tu hermano tampoco me lo ha puesto fácil —cerró los ojos y puso una mano delante de ella para detenerla, al ver que abría la boca para refutar—. Mira, no quiero justificarme, ni desviarme del tema. Solo quería decirte que yo te quise mucho, Maite, tal vez no de la forma que tú me querías a mi, pero te quería muchísimo y, aunque no lo creas, me dolió hacerte lo que te hice.

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