Epílogo

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Dulce enrolló el torcido cable del teléfono alrededor de su dedo, mientras escuchaba a su madre contarle los detalles de las vacaciones que estaba disfrutando junto a su padre en el caribe, a la vez que miraba por la ventana de la casa de playa que su marido había diseñado para ellos. Desde ahí tenía una vista perfecta hacia el mar y podía ver a su familia disfrutando del bonito día, mientras adentro, las empleadas arreglaban todo para la cena de navidad que se llevaría a cabo esa misma noche.

Desde hace tres años, habían cogido la tradición de juntarse en ese lugar para la noche buena y Dulce no podía negar que era su momento favorito del año, pues, después de tantas asperezas, por fin Christopher, Poncho, Maite y sus respectivas familias, podían reunirse y pasar un buen rato juntos. Había tomado varios años poder llegar a este momento, pero cada año, cuando lo vivía, sentía que había valido la pena.

Luego de conversar un buen rato con sus padres, la pelirroja cortó el teléfono y salió de la casa en camino a la playa. Bajo un enorme quitasol estaban Maite y Christian, con Valentín, su pequeño hijo de dos años, quien jugaba muy divertido con un balde de plástico. Junto a ellos estaba Annie, conversando animadamente con los dos. La rubia estaba de siete meses de embarazo y no podía hacer más que estar sentada en la arena, desde donde vigilaba a Fernanda, Violeta y Martina. Las primeras dos eran mellizas de cuatro años, hijas de Anahí y Poncho, mientras que Martina, con tres añitos recién cumplidos, era la menor del clan Uckermann-Espinoza.

Se acercó a sus cuñadas justo cuando su hija miraba en su dirección. La saludó con la mano y la pequeña dejó a sus primas para correr hasta su madre con inusitada emoción. Dulce se agachó, mientras esperaba por ella y la niña la abrazó con fuerza cuando se encontraron.

—Mami, mira lo que encontré —dijo abriendo su pequeña manita, para mostrarle una bella caracola.

—¡Wow! —dijo con emoción, mientras apartaba del rostro de la niña sus alborotados rizos color miel—. ¿Cuántas has encontrado?

—Muchas —respondió mirando el molusco. Luego se acercó a sus tíos para mostrarles su nuevo hallazgo, quienes la felicitaron animados.

Dulce alzó la vista hacia el mar y notó como entre las olas se divisaban sus dos hijos mayores, Pedro y Sebastián, de 7 y 5 años respectivamente, acompañados por Christopher y Poncho. A lo lejos se veía que jugaban entre los cuatro y luego de un rato salieron del agua. Como siempre, Dulce casi se queda sin aliento al ver a su esposo en bañador, pues, aun después de siete años de matrimonio, Christopher seguía siendo el hombre más guapo y sexy que ella había conocido y dudaba que alguien pudiera quitarle ese puesto alguna vez.

—Mamá, papá y yo vencimos a Seba y tío Poncho —le contó Pedro a Dulce, con emoción.

—¿A si? —preguntó divertida, mientras lo envolvía con una toalla y pensaba lo idéntico que era a Christopher.

—Si —aseguró—. Es que somos invencibles, ¿verdad, papá? —dijo mirando a Christopher, quien venía con Sebastián sobre sus hombros.

—Lo somos —aseguró, mientras dejaba a su hijo menor en el suelo, para que Dulce lo secara—. Pero tu hermano estaba con desventaja. El tío Poncho nunca ha sido muy bueno nadando —se burló.

—Te escuché —lo acusó Poncho, quien traía de la mano a sus mellizas para que estuvieran con su madre.

—No te preocupes, tío —lo consoló Sebastián—. Cuando juguemos fifa hoy en la tarde, les ganaremos —alzó su mano para luego chocar los cinco con Poncho.

—Ey —intervino Christian, quien tenía a Valentín en los brazos—. Se les olvida que Violeta y yo les ganamos a todos, anoche en el fifa.

—Eso fue solo suerte —dijo Pedro—. Solo porque papá se distrajo con mamá.

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