Capítulo Diez

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Dulce guardó silencio y se cruzó de brazos. Si no fuera porque Christopher había destrozado su corazón al decirle que ya no quería estar con ella y si la presión que tenía en el pecho no fuera tan malditamente insoportable, se reiría, pues era la primera estaban enojados y discutían.

El camino había sido nuevamente silencioso hasta el departamento de Christopher, la tensión podía sentirse en el ambiente y Dulce pensó que todo esto era una pérdida de tiempo, si él no quería estar con ella, pues no lo obligaría, no tenía que darle más explicaciones y seguir martirizando a su corazón. Ya estaba lo suficientemente destrozada para seguir escuchando las razones por las que no estarían juntos.

—Siéntate, ¿Quieres algo de tomar? —le preguntó amablemente cuando llegaron.

—No, gracias —se quedó de pie al medio de la sala, incómoda. Vio como él entraba a una de las habitaciones y volvía a los pocos minutos—. Christopher, de verdad que es mejor dejar las cosas así. Tú ya no quieres estar conmigo y está bien, lo entiendo. Poncho nunca sabrá lo que pasó entre nosotros, así que por eso no te preocupes. 

—¿En serio crees que eso me preocupa? —dijo tomándola del brazo y pegándola a su cuerpo—. Lo que realmente me importa eres tú, lo que tú piensas. Solo quiero que entiendas que esto es lo mejor para ti.

—¡No! —dijo apartándose de él, molesta por escuchar esa excusa de nuevo—. No te atrevas a decir que esto es lo mejor para mi, porque es una mentira. Esto es lo mejor para ti, porque no quieres tener más problemas con mi hermano —limpió las traicioneras lágrimas que habían vuelto a escaparse de sus ojos—. Supongo que el esfuerzo por lo nuestro no valía la pena. Y es mejor que te hayas dado cuenta ahora —dijo con la oscura frialdad con la que esperaba cubrir su tristeza.

—¿Eso es lo que crees, que no te amo lo suficiente? —preguntó incrédulo y el silencio de la chica se lo confirmó—. No tienes idea de nada Dulce María —soltó con prepotencia, como si ella fuera una niña pequeña.

—¡Entonces explícamelo! —le gritó molesta.

—¡Tengo miedo de lastimarte! —le gritó también y sintió como al decir esas palabras un peso se le quitaba de encima. Respiró profundamente y volvió a acercarse a ella, enmarcando su rostro entre sus manos—. Te amo más que a nada en este mundo, Dul. Pero tengo miedo de mí mismo, de que algún día el odio que tengo por tu hermano se me escape de las manos, que tú termines lastimada y que me dejes para siempre, odiándome. No podría perdonarme el hacerte daño, por eso prefiero evitar todo eso y que terminemos esto de buena forma.

Dulce guardó silencio por unos minutos. Vio la desesperación y el miedo del que le hablaba en sus ojos y no pudo más que sentir amor por él. Entendía todo lo que Christopher le había dicho, más aún después de haber visto como se había comportado su hermano esa noche, y si algo había concluido de lo que escuchó es que no permitiría que ese miedo se interpusiera entre los dos. 

—Chris, confío en ti —le dijo suavemente, esperando tranquilizarlo.

—No deberías

Dulce puso dos dedos sobre sus labios con cuidado.

—Por favor escúchame —le pidió, luego tomó la mano izquierda de él y la puso sobre su pecho, para que sintiera su corazón— ¿Sientes eso?, ¿sientes como late? Es por ti Christopher, solo tu has provocado esta reacción en mí y desde que estamos juntos mi corazón se quiere salir de mi pecho cada vez que estoy contigo, porque sabe que te pertenece, sabe que su lugar ya no es conmigo, sino contigo que eres su dueño —recitó las mismas palabras que él le había dicho cuando le declaró que la amaba y le sonrió—. Ahora sabes que mi corazón también es tuyo, siempre lo ha sido y no quiero que me lo regreses, porque aunque lo intentes, siempre te pertenecerá —sintió como Christopher limpiaba las lágrimas de emoción que corrían por sus mejillas—. Si realmente hay un peligro, estoy dispuesta a correr el riesgo y me encantaría que lo tomaras conmigo. Quiero dar la pelea por ti, por lo nuestro. Pero te necesito para eso.

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