21. Samicienta

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- ¿Cuál es tu color favorito? - Preguntó ella abiertamente en cuanto el piano dejó de sonar, atreviéndose a mirarlo a los ojos fijamente y por primera vez, sin tener tentaciones de apartar la vista porque se sentía intimidada.

Flavio sonrió y suspiró, fingiendo que se pensaba la respuesta, segundos que a Samantha se le hicieron eternos y pudo sentir cómo el oxígeno restante del cuarto, se acumulaba en torno a ellos, todavía sentados en la banqueta de terciopelo y con sus brazos desnudos sin rozarse por un par de milímetros.

- El rojo. ¿Y el tuyo? - Murmuró curioso, sin articular sonido. Le gustaba que ella le leyese los labios porque contribuía a hacerlo mucho más íntimo, más suyo y por qué no decirlo, le gustaba provocarla, que se olvidara de la conversación y lo besara.

La rubia ignoró por un momento su pregunta porque ella no había terminado su interrogatorio. Realmente tenía la sensación de que no era la única que había metido en la maleta un poco de valentía para aquel viaje y por ende, el navarro parecía más receptivo, como si definitivamente se le estuviera resquebrajando la máscara de hombre despreocupado que parecía haberse fabricado y ella, por su naturaleza de gata que prefería morir sabiendo, no podía resistirse a averiguar un poco más del verdadero Flavio.

- ¿Por qué? - Respondió, con los ojos brillantes y los labios entreabiertos, suspirando. El rojo era el color de la pasión y había podido comprobar en sus propias carnes que él se convertía en un amante muy entregado, pero quería saber si esa atracción, podría convertirse en llama de un amor latente que parecía cocinarse a fuego lento. Quería saber si también tenía el corazón abierto, si estaría dispuesto a entregárselo y no únicamente limitarse a prestarle en las noches frías e inhóspitas el calor de su cuerpo.

Él sonrió y se encogió de hombros, sabiendo que hasta que no acabase con él y hubiera obtenido toda la información que deseaba conocer, no le dejaría a él hacer lo mismo.

- Supongo que pongo mucho empeño en todo lo que hago. - Comenzó, rascándose la nuca ligeramente abrumado por el brillo de los ojos de la valenciana, que en ocasiones, parecía que acabarían por cegarlo. - Y supongo que cuando quiero a alguien, lo hago con todo lo que tengo y todo lo que soy, sin medir realmente las consecuencias. - Admitió, en voz un poco más baja, sin esperar que ella lo escuchara. Solo se había enamorado una vez en la vida y teniendo delante a esa chica, se sentía como un niño tartamudo al que la profesora le propone que lea una frase entera pero le da una mezcla entre ansiedad y vergüenza, por temor a que sus compañeros le taladren las orejas con carcajadas que pican como el pinchazo de una avispa.

Con Samantha le pasaba lo mismo. Se sentía cómodo y feliz, pero tenía miedo de ser sincero y decir algo que la hiciera retroceder o peor aún, huir. Para ella parecía seguir siendo todo un juego estúpido y él no quería volver a la casilla de salida. Porque la deseaba tanto que no sabría cómo odiarla de nuevo.

Observó cómo sonreía complacida con su respuesta y Flavio deseó poder quedarse en ese momento un rato más. En un arranque de egoísmo, quiso llevársela a la cama y acariciarla, hacer que se derritiera de placer entre sus manos hasta que se quedaran exhaustos, porque era la única manera que tenía de transmitirle sus sentimientos sin poner en peligro de muerte lo que estaban construyendo.

Quiso quedarse ahí escondido y jugar un rato más a ser dos niños que conocen el amor por primera vez, porque no quería compartirla. Entendía que no era su propiedad, porque sabía que ella sola se bastaba y se valía, pero no tenía ganas de enseñarla en su mundo, en la gala en la que sabía que otras mujeres, presas de la envidia, no harían más que criticarla, porque él; por feudal que sonara era un príncipe y ella, una plebeya sin tierras ni linaje.

Y aunque a sus ojos era la mujer más impresionante que había conocido, sabía que un acontecimiento de su pasado la hacía sentirse más frágil de lo que era y que aquella tormenta de veneno, podría separarlos.

Como agua y aceite Donde viven las historias. Descúbrelo ahora