Ahí estaba. En esa estación, de nuevo. Después de otro año, descubriendo que cada vez dolía un poco menos.
Ese día, ni se iba a quedar a dormir. Había madrugado para coger el tren temprano y asegurarse de que llegaría al servicio religioso. Se quedaría todo el día y cogería el tren de vuelta a las diez de la noche, con Maialen esperándola en Madrid para llevarla a casa, porque siempre era la persona que más cuidaba de ella en esos días tan grises, además de su familia.
A Flavio no le había contado nada de su pequeña excursión porque aparte de que no se sentía preparada para abrirse de esa manera con él, parecía que estaba bastante ocupado haciendo cosas con su familia, pues desde que se había ido al día siguiente después de su cita, apenas habían intercambiado palabras, únicamente un par de mensajes escuetos.
Ella ya había encontrado un disfraz adecuado para ir en conjunto a la fiesta, pero había decidido mantenerlo en secreto incluso para el moreno, únicamente porque quería estar delante de él cuando se enterase, solo por el placer que significaba escucharlo quejarse por algo que venía de ella, pero al mismo tiempo, ver cómo no le quedaba más remedio que aceptar, porque iban con los días justos si querían que sus disfraces fueran decentes, requisito marcado por la propia anfitriona de la fiesta, porque si de la valenciana dependiera, iría con lo primero que encontrarse por casa y con un maquillaje cutre sacado de un tutorial facilito de internet.
Se movió por los pasillos, sorprendiéndose a sí misma por el hecho de seguir acordándose lo suficiente del camino como para moverse con soltura entre la multitud de viajeros que ese día lluvioso de marzo, habían decidido acercarse hasta la ciudad condal.
Una vez fuera, frente a las puertas automáticas, se encendió un cigarrillo, aprovechando que todavía no tenía que abrir su paraguas, ya que podía resguardarse bajo el chaflán del edificio y dejó que el humo le llenase por un momento los pulmones y de paso, el juicio.
Le parecía muy irónico que todos los años, cuando ella tenía que cumplir con esa especie de ritual, en aquella ciudad, se pusiera a llover. Como si el cielo se pusiera en sincronía con su estado anímico.
Se colocó el abrigo de paño negro de manera que quedase recto y sin arrugas, pues había aprendido que con la familia Serra, cuantos menos motivos des para que hagan comentarios sobre ti, mejor.
No tenía muchas ganas de enfrentarse a ellos. Catalina, su madre, era demasiado recta y siempre desprendía un aire petulante, como si se supiera superior al resto del mundo, aunque la valenciana siempre pensó que eso se debía a su puesto como mujer importante en la alta sociedad barcelonesa y que tenía que ser todo una fachada. Pero a ella, nunca le habían dado la oportunidad de comprobar si se hallaba en lo cierto.
Por otro lado, su marido, Hipólito, era un hombre tradicional y serio, frío como un témpano de hielo, por lo que no sabía cómo expresar cariño. Se había pasado la mayor parte de la vida de sus hijos ausente, con el pretexto arcaico de que es el hombre el que debe proveer para su familia. Las malas lenguas decían que la muerte de Arnau le había afectado más por haber perdido a su sucesor, a alguien a quien modelar a su imagen y semejanza, que por el hecho de que fuera su propio hijo.
Finalmente, estaba la que parecía ser la única aliada de Samantha, aunque siempre hasta cierto punto. Se trataba de Ada, la hermana menor de su ex prometido.
Tampoco tenían una relación muy cercana, únicamente era quien la llamaba todos los años para darle los detalles del evento, porque entendía que tenía derecho a ir a visitarlo, a pesar de tener que sentarse en los bancos de atrás y no poder dedicarle unas palabras. Nunca nadie en la familia le había explicado el por qué de ese trato y Arnau siempre lo había justificado con que se debía a las diferencias entre sus clases socioeconómicas.
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Como agua y aceite
Fiksi PenggemarNunca se han llevado bien, aunque ella lo intenta, haría lo que sea por Oier. A él le da todo igual y ella solo le resulta insufrible porque siempre parece tener una crítica en la boca. Pero el destino se empeñaba en juntarlos e iban a tener que a...