19. Volar siempre da miedo

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Cerveza con sus amigas. Ese era su plan de viernes tarde, aunque en el fondo sabía que Maialen lo había organizado como una especie de fiesta de despedida encubierta. Se las había ingeniado incluso para invitar a las chicas de la asociación y por un momento, se le hizo raro verlas a todas juntas, sin conocerse de nada, como si fueran parte de dos dimensiones distintas que hubieran colapsado por la construcción del puente que significaba el ser amigas de la rubia.

Eva movió la mano frente a su rostro, puesto que sus ojos azules se habían quedado estancados contemplando el variopinto cuadro. Cuando volvió en sí, la gallega tenía una sonrisa ladeada en el rostro, lo que le anunció que no le iba a gustar nada de lo que su boca fuera a soltar.

- Yo también quiero volver a quedar con hombres después de cinco años soltera y encontrarme con un chorbo súper educado cuya idea de tercera cita sea llevarme a París a una gala benéfica, mandándome un sastre a casa para que me haga un vestido a juego como si fuera una princesa de carne y hueso. - Soltó, de manera socarrona. No lo había hecho con mala intención ni buscando una provocación que todas en aquella mesa, sabrían que solo hace unos años tendría posibilidad de llegar. Lo había hecho porque quería y no sabía sacar el tema. Eva era sincera y directa, a veces lacerante, pero Samantha había aprendido a no tenérselo en cuenta.

Automáticamente, se instauró un silencio sepulcral y Maialen y Tamara, como paralelos de una misma persona, la miraron en un gesto protector, preguntándole si quería una intervención, a lo que Samantha negó.

- A mí también me sorprende. - Murmuró, encogiéndose de hombros y suspirando, dejando salir un poco la maraña de sentimientos y pensamientos que anidaba en su pecho desde que había aceptado el billete de avión. - Nunca pensé que volvería a estar dispuesta a querer. Y mucho menos a él. - Añadió, con una risa vacía que se fundió con el silencio y la perplejidad de sus amigas, acompañando todo con un ademán de las manos casi histriónico. Si la escuchase hablar su yo de navidad, pensaría que había perdido la cordura.

- Bueno, a veces las personas que menos esperamos, son las que más nos sorprenden. - Apuntó Carmen con una sonrisa maternal, puesto que siempre tenía el don de darle la vuelta a las situaciones, con el fin de volverlas un poco más positivas.

- Sí, supongo. - Concedió la valenciana con un asentimiento, para después dar un sorbo a su cerveza y bajar el rostro hacia sus manos, en un gesto que conllevaba culpabilidad.

Solo le había contado a Maialen lo de la apuesta y sin embargo, no podía dejar de pensar en ella. Primero, se había sentido culpable por desarrollar sentimientos por Flavio y cuando por fin se había perdonado, se había recordado a sí misma que aún estaba tiempo, que merecía un amor que la llenase y la hiciera volar, se había acordado que todo era un juego.

Y lo que era lo peor de todo: probablemente fuese uno para él y nada de lo que pudieran compartir, se correspondería con la realidad. Había querido sacar el tema muchas veces a lo largo de esa semana, pero hacerlo, significaba admitir que había perdido, pero sobre todo y lo que más le atemorizaba, era que también querría decir que tendría que quitarse las gafas de color rosa y darse cuenta de que el navarro, no lo había hecho con ella.

Solo de pensarlo, se le revolvía el estómago y el corazón se le contraía con fuerza en un puño. Le gustaba su burbuja, ser la elegida por un momento, a pesar de que al irse a la cama, se dieran cuenta de que todo era otra escena más de una obra que no habían sabido parar, protagonizada y guionizada por ellos mismos, pero sin saber salir de ella. O Samantha por lo menos, no quería. No estaba lista. No cuando estaba redescubriendo lo que significa querer a otra persona sin dejar de hacerlo contigo misma. Le había costado mucho resurgir de sus cenizas, por lo que aún no había tejido el paracaídas que la protegiera en caso de caída.

Como agua y aceite Donde viven las historias. Descúbrelo ahora