6. Yo la lío, tú arreglas el día para el niño

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Llevaba observando aquella captura de pantalla más de diez minutos, como si el contemplarla fijamente fuese a hacer que el orden de las letras cambiase y formase una conversación distinta.

Sonia se la había enviado al día siguiente de recibirla y habían tenido una conversación por teléfono en la que había quedado todo explicado porque al menos la morena, sí le había dejado contar su versión de la historia y estaba interesada en escuchar lo que él tenía para decir.

Además, le conocía lo suficiente como para saber sus valores y el tipo de persona que era, por lo que incluso había llegado a pensar que la chica le estuviera gastando una broma pesada.

Como única respuesta, le dijo a la rubia que Flavio y ella ya no estaban juntos y lo que él decidiera hacer en su vida privada le correspondía solo a él, pero que seguían siendo muy buenos amigos.

Por ello, la valenciana solo quería que se la tragase la tierra, sintiéndose ridícula ante el papelón que había hecho y sin atreverse a contestar a las múltiples llamadas que había recibido de Flavio, así como sus mensajes.

Intuía que estaría muy enfadado, con toda la razón del mundo y ella ni siquiera encontraba una manera de comenzar a explicarse o justificarse y sin embargo, la culpa la estaba devorando por dentro.

También se sentía muy avergonzada porque con el paso de los días, los recuerdos habían acudido a ella, dejándole en claro que no había pasado nada y había sacado conclusiones erróneas a raíz de lo que él le había escrito en ese mensaje y todo el contexto de la situación, además de la reputación de mujeriego que precedía al muchacho.

Así que estaba convencida de que Flavio la odiaba. Pero esta vez, con motivos que ella misma le había proporcionado en bandeja de plata y eso era lo que más le dolía, porque no le gustaba causar sufrimiento a los demás.

Su mañana de lunes, había sido muy improductiva, porque no podía parar de darle vueltas a todo el asunto y apenas había escrito un par de líneas relacionadas con la próxima campaña, cuyas ideas tenía que presentar a final de mes. Era como si las musas huyeran de ella, debido a que su mente solo parecía tener espacio para unos ojos color café y no precisamente en el buen sentido, pues era una mirada de desaprobación, de esas que te hacen sentir juzgada.

No cesaba de autotorturarse y al mismo tiempo, había optado por ser una cobarde y actuar como una adolescente en lugar de como la mujer adulta que en teoría era, una que supuestamente mira de cara a los problemas. Incluso había intentado distraerse con el trabajo, pero no había dado resultado y su mañana era la prueba irrefutable de ello.

También se había ofrecido a recoger a Oier del colegio al salir de la oficina, porque el padre de Maialen se había puesto enfermo y la navarra había pedido unos días en el trabajo para ir a su tierra natal y visitarlo, a pesar de que le habían asegurado que no era nada grave y se recuperaría totalmente. No había querido llevarse a Oier porque no quería que perdiese una semana entera de clases, por mucho que Jon le hubiera asegurado que no iba a pasar nada.

Ante su sugerencia, su amiga solo le había contestado que ya tenía quién se encargara de él y que esperaba que a su vuelta estuviera todo solucionado con su mejor amigo, por su bien; ya que Maialen se había cabreado bastante al conocer la verdad de los hechos tras tomarse un café con Flavio al día siguiente de que la rubia enviase el dichoso mensaje. Ni siquiera le dio la oportunidad a Samantha de replicar, porque le había colgado argumentando que tenía que terminar la maleta.

Así que ahí estaba, sentada en su despacho, con el ordenador delante, con una pantalla tan en blanco y brillante que rozaba lo intimidante y que no podía parar de tomarse como un recordatorio de lo fundamental que resultaba que estuviera centrada para esta tarea.

Como agua y aceite Donde viven las historias. Descúbrelo ahora