10. A las afueras de Madrid

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En la planta número tres de un pequeño edificio de centro de Madrid, Samantha le daba vueltas a varias ideas. Lorena entró y le dejó un café humeante sobre la mesa sin mediar palabra, pues parecía bastante concentrada y no quiso importunarla. La rubia la miró y le sonrió con calidez en forma de agradecimiento, pues una de las cosas que más admiraba de su compañera era que siempre estaba pendiente de todo el mundo y hacía todo con una eficiencia reseñable, por lo que la valenciana la había designado como su mano derecha. 

Volvió a mirar la pantalla, ahora escrita. Lo que había empezado como una página en blanco y una mente bloqueada de la que no brotaban las ideas porque parecía estar en sequía, ahora era todo el esquema de una campaña contra el acoso escolar, tanto para prevenirlo, como para que los espectadores se atrevan a hacer algo al respecto si la víctima no puede.

Se le había ocurrido a base de darle vueltas y también gracias a la inocencia de Oier, que siempre le decía que le encantaba ir al colegio y que no quería que aquello cambiara, como lo había hecho para un niño un poco más mayor de su centro, que había terminado por cambiarse de distrito por problemas con los compañeros.

Eso le dio qué pensar y darse cuenta de que todo hemos sido abusones con alguien en nuestra vida, pero también lo hemos sufrido. Todos hemos interpretado el papel de víctima y verdugo, en múltiples casos sin sacar si quiera una lección como moraleja.

Ella había sido de esa forma al comienzo de su época universitaria, porque no siempre había tenido la conciencia sobre cómo nuestros actos pueden afectar a los demás, ni la empatía de la que había hecho acopio a base de golpes de la vida.

Durante ese tiempo, el ser tan popular y tener que encajar dentro del rebaño porque era lo que se esperaba de "la reina del campus", no había sido la mejor versión de sí misma ni de lejos, porque si bien tenía la asociación y poco a poco iba descubriendo el feminismo, no había hecho mucha práctica de la sororidad y muchas de sus compañeras lo habían sufrido.

Hacía comentarios sobre sus físicos, sin entender el alcance que podía tener y lo mucho que les costaría recuperarse de un ataque ante el que estaban indefensas.

Cuando entendió lo que había hecho, buscó a todas las personas a las que hubiera podido dañar en el pasado y se había disculpado, porque según Marta; un nuevo comienzo no es nada si no lo haces con la conciencia limpia.

Pero sentía que aún tenía algo pendiente. Y esa campaña había sido su motor para lograr resarcirse del todo y evitar que los abusones que lo hacían por presión social, siguieran atacando y ocasionando daños que tristemente, en muchas ocasiones eran irreversibles.

Tenía todo pensado. Su idea principal era hacer un corto para el que ya tenía todo el guión e incluso había escrito un pequeño poema para utilizarlo, pero aún no sabía cómo. Le hubiera gustado que fuera la letra de una canción que pudiera servir como banda sonora, pero no tenía ni la más remota idea de composición, así que decidió dejarlo apartado, porque la mañana había sido lo suficientemente productiva como para compensar el resto de la semana y no veía necesario quedarse más horas de las debidas, sobre todo porque tenía la sensación de que no sacaría nada claro y simplemente estaría forzando una pérdida de tiempo que realmente era absurda, así que después de despedirse de Lorena y desearle un buen fin de semana, cerró su despacho y se prometió a sí misma dos días de libertad, sin pensar en absolutamente nada de lo que había en esa oficina.

Esa misma tarde, Maialen ya había regresado de su viaje, después de comprobar que su padre estaba como un roble y que había sido solo un pequeño susto.

Así que ahora, aprovechando que su hijo estaba entretenido con su coche teledirigido, estaba tomándose una cerveza en el salón de su mejor amiga, escuchándola sin perder detalle de sus palabras y pensando que la situación, sin duda, era surrealista.

Como agua y aceite Donde viven las historias. Descúbrelo ahora