Samantha nunca había sido fanática de los días lluviosos. Proporcionaban al ambiente un halo de melancolía que invitaba al recogimiento, pero también lo llenaba un poco de tristeza, de esa húmeda que se enrosca a tu alrededor como si fuera neblina y termina por encontrar el camino ideal para colarse entre tus huesos y hacerte sentir fría y desangelada.
Abrazó con más fuerza la manta rosa de lana que la envolvía a mayores de las sábanas de algodón blanco con ribetes azules en la parte del embozo y por un instante, creyó sentirse reconfortada dentro de su aversión a los días como aquel de finales de abril.
El hospital estaba lleno de gente que corría de un lado a otro, pero nadie parecía pararse nunca del todo para satisfacer las necesidades de un paciente. Los visitantes se arremolinaban en el pasillo y desde las camas, parecían una horda de hormigas desesperada por conseguir comida.
El teléfono no paraba de sonar y una recepcionista saturada pedía con la poca cordialidad que le quedaba que esperasen al otro lado de la línea, que enseguida estaría con ellos.
Los útiles sanitarios era lo único que se podía apreciar en aquel ambiente extremadamente higienizado y Samantha echó de menos la fragancia de Flavio por quinta vez desde que se habían despedido en recepción, cuando a ella la habían sentado en la silla de ruedas y le habían puesto la pulsera identificativa, mientras que él se había ido contra la lluvia, dispuesto a enfrentarse a un montón de conductores coléricos por una plaza de aparcamiento.
Estaba determinado a no perderse el nacimiento de su hija.
Pero el universo no parecía estar de acuerdo con sus planes, porque cuando trató de pasar por una calle que tenía el carril contrario invadido por vehículos aparcados en doble fila, notó un estruendo seguido de un movimiento ligeramente brusco en la rueda más cercana a la acera derecha. Un bordillazo en toda regla.
— ¡Joder! — Exclamó, tratando de calmarse lo suficiente para apagar el coche y salir de él para evaluar hasta dónde llegaban los daños colaterales.
Suspiró con alivio al ver que la rueda no estaba reventada, pero si había pinchado, no podría circular mucho más allá de dónde estaba, así que tomó una decisión: se aparcaría en doble fila como pudiera y si la grúa decidía llevarse su coche, ya iría a buscarlo al depósito, pero en aquel momento, tenía otras prioridades que superaban con creces su manía de ser excesivamente cívico al conducir.
En la segunda habitación del ala de maternidad del complejo médico, la rubia inspiraba y expiraba tal y como le habían enseñado en las clases de parto, sintiéndose cada vez más al borde de un ataque de nervios.
Flavio cruzó a toda velocidad los pasillos, esquivando médicos, enfermeros, auxiliares y camillas, mientras trataba de todos los medios no estropear las peonías que le había comprado a la mujer de su vida en un quiosco de flores que había cerca de la entrada.
— ¡Ya llego! ¡Ya llego, Samantha, ya llego! — Gritó, ligeramente desesperado por verse rodeado de tanto blanco y a pesar de ser consciente de que ella no podía escucharle, porque aún estaban separados por un trecho.
Samantha seguía concentrada en sus respiraciones, hablando de vez en cuando con su hija no nata para pedirle que saliera sin complicaciones y así se la encontró el navarro.
— Maialen, si no me das mucha guerra en el parto, te prometo que obligo a tu padre a comprarte todos los peluches que quieras durante tu infancia. — Murmuró, acariciándose con cuidado la abultada tripa, sonriendo cuando obtuvo una patada como respuesta, gesto que el feto siempre hacía cada vez que escuchaba la voz de su madre.
Flavio se apoyó contra el marco de la puerta, disfrutando de aquel maravilloso cuadro como si estuviera en un museo y él fuera un mero espectador. Independientemente de lo que sucediera entre ellos en un futuro, siempre estaría agradecido y en deuda con aquella hermosa mujer por darle otro motivo por el que luchar y trabajar para hacer del mundo un lugar mejor.
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Como agua y aceite
FanficNunca se han llevado bien, aunque ella lo intenta, haría lo que sea por Oier. A él le da todo igual y ella solo le resulta insufrible porque siempre parece tener una crítica en la boca. Pero el destino se empeñaba en juntarlos e iban a tener que a...