Se pasó todo el día en tensión. No sabía muy bien a qué venía la actitud de Flavio, ni tampoco aquella invitación repentina a la que iba a acceder únicamente porque pensaba que le debía una disculpa y tenían que sacar los trapos sucios, porque no podían estar ignorándose mutuamente para lo que les quedase de vida.Estaba atenta, alerta y cualquier mínima cosa le sobresaltaba, porque no era capaz de fiarse del todo de él. Una persona en su sano juicio le hubiera gritado o le hubiera llamado de todo menos bonita, conducta que la rubia hubiera entendido mucho mejor que esa forma de hablar tan tranquila, como quién habla del tiempo o de lo que vio el día anterior en la televisión después de cenar. Con un tono calmado, casi impostado, como si lo hubiera planeado todo al milímetro. Porque de todas las cosas que decía la gente de Flavio, una de las que más se repetía, era que nunca dejaba nada al azar y le costaba improvisar.
Razonamiento que tenía sentido, pues el muchacho, siendo profesor de conservatorio, había conseguido llevar su institución y su prestigio como docente a lo más alto, todo mientras administraba un cuantioso patrimonio familiar a base de inversiones acertadas, que no hacían más que hacerlo crecer.
Así que Samantha en su fuero interno solo podía temblar. Porque sabía que no estaba jugando con un hombre cualquiera. Estaba jugando con uno poderoso, inteligente y cauto, uno que se tomaba la vida como una partida de ajedrez, en la que por supuesto, se encargaba siempre de ejecutar el jaque final.
Por eso sabía que aunque ayer cuando apareció en su rellano tan tranquilo y despreocupado como solía ser, algo no iba bien. Había algo que ella no estaba viendo, porque probablemente él ya le había puesto precio a su cabeza. Lo que ella le había hecho, podía dar por sentado que se lo iba a devolver con una proporción de dolor mayor, porque así era su relación: como una guerra de patio de colegio que hace tiempo que había dejado de ser infantil.
Samantha había ganado la primera batalla, pero sabía que Flavio no pararía hasta derrotarla, así que estaba a la espera de la próxima ofensiva por su parte, con dos interrogantes flotando en el aire y haciéndolo todavía más pesado, como el pasado familiar del que nadie quiere hablar en una cena de navidad: el cuándo y el cómo.
Eran solo dos palabras, pero habían robado toda su atención hasta casi rozar la obsesión porque no quería darle lo que deseaba, una disculpa era lo único a lo que estaba dispuesta, pero no por él, por ella. Por su propio resarcimiento, por su necesidad de apagar los remordimientos que pedían ser expiados de su pecho.
La mañana había sido igual o peor que la anterior, con el dichoso documento en blanco burlándose de ella y Lorena visiblemente preocupada por la salud mental de su jefa. Estaba dispersa, con la vista perdida en algún punto de su lujoso despacho y sentada en su silla, simplemente pensando. Pero parecía que hubiera entrado en trance, sin escuchar los estímulos que el mundo quería ofrecerle, totalmente ajena.
Porque en su mente solo había una palabra: Peligro.
Ese martes, todo el mundo en su edificio, se giró a verle. Sabían que algo había cambiado, porque llevaba una sonrisa que iluminaba todo su rostro, de las que se nota que salen solas y no de las que últimamente parecía que se había pintado con mucho esfuerzo, solo para que nadie se acabase preocupando.
Además, había llegado en su moto, entrando en el aparcamiento casi derrapando, en contraposición con el chófer de rostro enjuto y rictus solemne que durante los últimos meses le había estado llevando al trabajo.
Parecía que había vuelto el Flavio del pasado. El que era más relajado, hacía descansos y contaba chistes a sus alumnos entre pieza y pieza.
El hombre que les hablaba de su propia experiencia y dejaba la puerta de su despacho abierta, para que pudieran comentarle cualquier cosa y buscar apoyo en caso de necesitarlo.
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Como agua y aceite
ספרות חובביםNunca se han llevado bien, aunque ella lo intenta, haría lo que sea por Oier. A él le da todo igual y ella solo le resulta insufrible porque siempre parece tener una crítica en la boca. Pero el destino se empeñaba en juntarlos e iban a tener que a...