El calor del sol entraba por la ventana. Flavio había decidido dejar a Samantha dormir hasta tarde. Eran las doce del mediodía y deberían estar en el museo a las seis, quizás un poco antes, porque a él le gustaba pasar desapercibido en las alfombras rojas. Siempre se sentía incómodo cuando tenía centenares de luces apuntándole, como si le fueran a interrogar a cerca de un crimen que él no había cometido, pero del que le consideraban potencialmente culpable.
Le parecía demasiado temprano, pero él no ponía las reglas. De hecho, odiaba aquellos días, porque luego le dolía la cara de mantener una sonrisa que verdaderamente no tenía y después de tanto tiempo despojado de esas obligaciones y haberse acostumbrado al sentimiento de libertad, se le hacía extraño tener que volver a su máscara de hombre de negocios serio y correcto, pero que se creía dueño del mundo y manejaba las situaciones con distancia y frialdad. Tenía que volver a encerrar su redescubierta calidez en un témpano de hielo, a pesar de la culpa que se lo estaba carcomiendo por dentro.
Miró hacia el otro lado de la cama, sonriendo al encontrarse con el rostro calmado de Samantha, sumido en un sueño tranquilo. Con cuidado, le apartó un mechón rubio que caía despreocupado por su cara y lo enrrolló entre sus dedos, pensando que, si en la tierra existía algo como el cielo, debía parecerse a la inmensa paz que estaba sintiendo.
Ella se estremeció y soltó un pequeño gruñido, abriendo los ojos con lentitud, para acto seguido, enviarle la sonrisa más radiante que aquella habitación de hotel jamás hubiera visto.
- Perdón, no era mi intención despertarte. - Murmuró Flavio en un tono dulce, ese que últimamente solo le regalaba a ella.
Samantha negó con la cabeza y aún sonriente, dejó un beso sobre su quijada que a ambos les supo a poco.
- No te preocupes, llevaba un rato en duermevela, pero no quería levantarme, porque tengo la sensación de que hoy se me va a hacer un poco cuesta arriba. - Murmuró, visiblemente avergonzada por su confesión y corriendo a ocultar su rostro en el cuello del navarro.
Pero él la entendía. A pesar de ser todo un veterano en las apariciones públicas y superar con creces las expectativas cada vez que debía hacer acto de presencia, nunca se volvía fácil. La presión siempre estaba ahí, como una compañía silenciosa que solo te abandona cuando llegas de nuevo a tu habitación empapado en sudor y cuestionando si lo que dijiste en cada conversación, era apropiado o no.
- Estoy seguro de que les vas a encantar. Puedes ser muy amable cuando quieres, yo mismo lo he comprobado. - Respondió en tono calmado, aunque por dentro se estuviera muriendo de nervios, al mismo tiempo que con su ya habitual delicadeza, dibujaba figuras sin sentido en la parte trasera de su cuello.
- No lo sé, Flavio. - Admitió ella, con voz quebrada y tomada por el miedo. - ¿Y si me agobio? - Inquirió, moviendo la cabeza con el único propósito de buscar seguridad en aquellos ojos café tostado que habían terminado por convertirse en sus mejores aliados para controlar la respiración cada vez que le entraba el pánico.
Él sonrió, ligeramente enternecido por el hecho de que tantas preocupaciones, solo tendrían sentido si ella estuviera interesada en encajar en su mundo, o lo que era lo mismo; con él, así que aunque no le gustaba cómo se infravaloraba, el verla así le dejaba en claro que para Samantha, lo que estaban tejiendo no era ningún juego, sino algo que querían que creciera robusto, fuerte, sano y lento.
- Si te agobias, pues nos vamos. - Respondió él, encogiendo los hombros con simpleza, ocasionando que automáticamente, la valenciana notase cómo le pesaba el pecho un poco menos.
A las cinco de la tarde, Flavio estaba paseando en círculos por el vestíbulo del hotel, con el esmoquin ajustándose a su cuerpo con tanta perfección que parecía que se lo habían cosido encima. La camisa blanca, estaba perfectamente almidonada y contrastaba con el brillo satinado de la pajarita que bailaba en su cuello.
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Como agua y aceite
FanfictionNunca se han llevado bien, aunque ella lo intenta, haría lo que sea por Oier. A él le da todo igual y ella solo le resulta insufrible porque siempre parece tener una crítica en la boca. Pero el destino se empeñaba en juntarlos e iban a tener que a...