27. Planes

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Flavio estaba determinado a contraatacar. Quería darles un poco de su propia medicina y no podía entender muy bien por qué, puesto que siempre había sido muy pacífico, ni siquiera se había peleado cuando estuvo en Inglaterra estudiando en el internado y los chicos se reunían en corros con las chicas jaleando y animando, deseosas de saber quién se coronaría como el más fuerte en la lucha cuerpo a cuerpo.

A Flavio siempre le había parecido un despliegue absolutamente innecesario, por no hablar del riesgo de castigo que colgaba sobre ellos como una soga invisible y que sin embargo, parecía no importarles. El navarro se limitaba a observar a través de la ventana de su dormitorio cara vez que los pogos clandestinos tenían lugar, viendo el barro flotar en todas las direcciones y la sangre brotar a veces a borbotones, como una especie de advertencia, como una señal de que debían parar. Pero solo decidían poner final al concurso cuando algún alumno caía víctima de la inconsciencia o aparecía algún hueso fracturado en decenas de pedazos.

Pero en aquel momento, podía sentir su corazón bombear dentro de su caja torácica con rabia, como si la ofensa hubiera sido lo suficientemente grave como para trastocar su ya conocida paz. Miles de ideas circulaban por su mente, no podía parar. En todas tanto Chloe como los Serra salían perdiendo y él podía saborear la dulzura de la venganza bailando en su paladar.

Sabía que su abuela estaría decepcionada, pero no podía permitirse dejar pasar la oportunidad de hacerles escarmentar. Simplemente tenía que jugar bien sus cartas y todos los obstáculos se habrían derrumbado, despejando el camino para rozar con los dedos su felicidad.

Suspiró, ligeramente dubitativo, girando la cabeza para mirar a Samantha. Estaba apoyada contra el mismo árbol que él, pensando en silencio, disfrutando del reencuentro. Flavio no pudo evitar sentir cómo el corazón pasaba de la rabia al sosiego y al calor, ese que solo podía generar su cabello dorado bañado por la luna y su brillo cegador. Y entonces, comprendió la famosa frase de Maquiavelo, eso de que el fin justifica los medios.

Apartó la vista y la enfocó en el cielo, concentrándose en el silencio para escuchar sus propios pensamientos. Cogió uno de los hilos que conformaban el ovillo que en aquel instante era su cabeza y tiró de él, comenzando a elaborar un plan de actuación que fuese viable, tuviera sentido y se pudiera poner en marcha con pocos recursos.

—¿En qué piensas? — Preguntó ella, con su característica curiosidad haciéndose presente en su voz aterciopelada, que partió en dos la calma que los envolvía, como si fuera el suave gorjeo de un pájaro.

El navarro la miró, con una mezcla de vergüenza y disculpa haciéndose hueco entre el color café de su iris. No estaba orgulloso de su actual monólogo interior, pero también sabía que no tenía sentido ignorarlo cuando se habían visto separados por los blancos de sus estratagemas y que continuarían estándolo a no ser que encontrasen una forma de librarse de ellos o de hacerles comprender que se habían elegido el uno al otro y que continuarían haciéndolo el resto de días de su vida.

— En cómo reparar el daño que te han hecho. —Respondió, con lacerante sinceridad y notando cómo su pecho se aligeraba al confesar un crimen que aún no había ocurrido, únicamente porque a la rubia no podía mentirle con nada.

Samantha pensó que se refería a su conversación anterior, a sus problemas personales, para ser más exactos. Una ola de temor la invadió por un momento, con tan solo el amago de esbozar en su cabeza una escena en la que el muchacho se daba cuenta de que todo le venía demasiado grande y volvía a dejarla sumida en la soledad, con el corazón partido y una mano delante y otra detrás. Pero el pianista supo leer el cambio en su expresión serena y feliz, que se tiñó de oscuridad, así que lo captó al vuelo. Se apresuró a negar con la cabeza, esbozando una sonrisa tímida, sin entender cómo ella podía tener un concepto tan bueno de su persona, ya que enseguida había atribuido el cambio en el ambiente a sus circunstancias personales, sin querer cambiar el concepto de hombre justo y noble que había formado de él en su mente.

Como agua y aceite Donde viven las historias. Descúbrelo ahora