8. Recuerdos

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2015

Abrió la puerta, estaba agotada del trabajo y lo único que quería en ese momento era comerse un plato de pasta, que le estaría esperando caliente sobre la mesa porque Arnau se lo había prometido y él nunca fallaba a su palabra.

Dejó las llaves sobre el pequeño cuenco que tenían colocado en la mesa de la entrada únicamente para cumplir esa función y sin descalzarse, se deslizó por el pasillo de su hogar, buscando no hacer ruido para no perder el factor sorpresa.

Llegó hasta la cocina y sonrió ante la imagen que tenía ante sus ojos: su novio estaba de espaldas a ella, completamente centrado en observar los fogones con minuciosidad, para conseguir que la cena estuviera a la perfección justo cuando ella llegara a casa, probablemente derrotada.

Esa era una de las cosas que el catalán más admiraba de Samantha, su pasión por el trabajo, además de su constancia. Siempre lo había pensado, desde que se conocieron en su época universitaria y ella tenía la manía de cancelarle las citas, porque quería darle un par de vueltas más a la teoría. Él no se enfadaba, porque sabía que era una prioridad, se lo había dejado claro en numerosas ocasiones, pero también era consciente de que por encima de él, estaba ella misma, sus estudios, que luego se convirtieron en su trabajo y la asociación en la que ya llevaba tres años trabajando sin descanso desde que la había puesto en marcha.

La rubia, aún moviéndose con lentitud, se acercó a él y rodeó su cintura con ambos brazos, dejando un beso sobre su nuca, con lo que él soltó una carcajada que llenó toda la cocina.

– Qué bien huele, mi amor. – Elogió, mientras dejaba reposar la cabeza sobre su hombro.

– Pasta te prometí, pasta tendrás. – Respondió él, visiblemente risueño mientras empezaba a emplatar y se giraba para mirarla. – Estás muy guapa.

La valenciana se sonrojó, estaba segura de que nunca iba a dejar de tener esas reacciones, por mucho que lo escuchara decir ese tipo de cosas.

– ¿Qué tal tu día? – Preguntó con una sonrisa, después de dejar un tímido beso en sus labios a modo de saludo.

– Bien, hoy he atendido a dos niños con anginas que se han portado increíblemente bien. – Contestó con una sonrisa dulce. – ¿Y el tuyo?

– Pues hemos terminado ya la campaña, así que mi jefe estaba contento. Y en la asociación, hemos terminado los carteles para la marcha. ¿Vendrás el domingo? – Tenía los ojos brillantes y lo miraba casi con súplica, aunque desde que empezaron a salir juntos, él la acompañase todos los años, gritando para demandar que ellas tuvieran los mismos derechos.

– Por supuesto, no me lo perdería por nada del mundo. – Respondió, dejando un beso sobre su frente para después coger los platos, con intención de llevarlos a la mesa y cenar, se moría de hambre, había sido un día muy largo en la consulta.

Notó cómo Samantha caminaba detrás de él a paso tranquilo, pero sin perderle de vista. Ella pensaba que definitivamente, esta era la vida que quería. Un hombre cariñoso que se preocupaba por ella, sus sentimientos y que siempre le estaba impulsando a perseguir nuevos sueños y proyectos.

– A veces lo pienso y creo que Laia estaría muy orgullosa de lo que estamos haciendo. Ojalá contárselo si algún día vuelve. – Reflexionó la rubia en voz alta, suspirando y preguntándose dónde estaría su amiga, qué estaría haciendo y si se acordaría de ella.

Arnau la miró sonriente, con sus ojos verdes rebosantes de orgullo.

– Yo no la conocí, pero estoy seguro. Ella y todas la mujeres a las que estáis ayudando en el barrio. – Samantha acarició su mano, agradeciendo sus palabras.

Como agua y aceite Donde viven las historias. Descúbrelo ahora