- Estoy muy nervioso. Fran dice que lo voy a hacer muy bien, pero claro, su papel es darme ánimos. ¡Aún sigo sin creerme que vaya a tocar con la Filarmónica de Viena en un mes! Ojalá estuvieras aquí para verlo, mamá. - Susurró Oier al nicho, acariciando las letras que escribían sus dos apellidos. En ocasiones, le daba un poco de reparo que las personas a su alrededor pensasen que estaba loco por mantener conversaciones que jamás tendrían respuesta, pero un cementerio era por excelencia, el hogar de la soledad, la pérdida, la tristeza y por ende, los actos irracionales en busca de consuelo.
Suspiró, dejando que el sol le acariciase la espalda. Había alcanzado la cima de un camino extremadamente largo y cansado, así que no podía no contárselo a ella, siempre presente en pensamiento y quién había plantado la semilla de la música en su cabeza, con su voz dulce en las noches oscuras, que buscaba calmarlo cantando canciones de cuna.
A efectos prácticos, su madre era otra, pero se sentía fuertemente conectado con aquel nicho, como si fuese un lugar seguro al que nadie acudiría a hacer preguntas que él no quería contestar.
Había compartido con ella todos sus éxitos y también todos los fracasos, así como todos los eventos importantes en su vida. Y aquel, que representaba la cúspide de su carrera como músico clásico, no iba a ser una excepción.
El corazón se aceleraba al pensar cómo una simple decisión puede trastocar el futuro al completo, recordando como años atrás, en su primera clase de conservatorio, su tío le pidió que escogiese un instrumento y él eligió el oboe.
Aquel objeto se había convertido en su mejor amigo silencioso, porque desde aquella tarde, comenzó a acompañarlo a todas partes e incluso, con el paso del tiempo se convirtió en un catalizador, un confidente con el que compartir tanto lo bueno como lo malo y un canal gracias al cual pudo sacar todo lo que tenía dentro en los instantes en los que le fallaban sus habilidades para expresarse.
Criarse con dos amantes de la música había hecho el proceso de aprendizaje mucho más fácil. Su tío Flavio le había enseñado a leer pentagramas prácticamente antes que renglones en un libro, mientras que su tía siempre había estado ahí para ayudarle con los compases y el ritmo, por medio de la vibración de las notas.
Habían sido sus mayores admiradores, sentados en primera fila desde el primer concierto en el festival de talentos del colegio, hasta el último examen que lo coronó como músico profesional y le otorgó la titulación. Sonrió de manera inconsciente al viajar sin querer a ese momento, viendo las lágrimas inundar los ojos azules de Samantha y a Flavio desgañitarse en aplausos, mientras los gemelos observaban anonadados el final de una pieza que había sacado al público de su letargo y le había valido una ovación.
Miró hacia atrás y vio a Fran prudentemente alejado, tan habituado a respetar aquel ritual sagrado y darle su espacio hasta que estuviera listo a despedirse de nuevo hasta el próximo domingo, con excepción de aquella ocasión, pues con suerte no volvería hasta dentro de bastante tiempo debido a que su contrato se había formalizado. Le sonrió y le saludó con la mano, a lo que su marido respondió con un gesto idéntico, mientras el viento movía su pelo castaño, que normalmente llevaba atado en un moño en lo alto de su cabeza.
Sus ojos verdes estaban teñidos de comprensión pero sobre todo, la expresión que más había leído en el rostro de sus tíos: amor. De ese incondicional y que tienes que atesorar y cuidar.
Oier se paró ante esa imagen por un instante y se dio cuenta de que no sabría identificar cuándo pasaron de la amistad al amor. Recordó los fuertes que construía su ahora suegra para que pudieran ver El Rey León, al mismo tiempo que evocaba el tacto de aquel beso torpe tras una de las estanterías de la biblioteca del instituto, protagonizado por dos adolescentes inseguros en pleno descubrimiento de su sexualidad, que no saben cómo decirle a su compañero de aventuras que quieren algo más.
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Como agua y aceite
FanfictionNunca se han llevado bien, aunque ella lo intenta, haría lo que sea por Oier. A él le da todo igual y ella solo le resulta insufrible porque siempre parece tener una crítica en la boca. Pero el destino se empeñaba en juntarlos e iban a tener que a...