29. Despertar

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Nota de la autora: Se han incorporado ciertos elementos en el capítulo como licencia creativa, pero no he buscado información científica que lo avale como cierto. Disfruten del capítulo.

Flavio la abrazaba por la cintura con fervor, saboreando la felicidad. Estaban en una cala escondida de Galicia. Era noviembre y llevaban sudadera y pantalones largos, pero no habría otro lugar en el que ninguno de ellos quisiera estar que no fuese sobre aquella arena blanca y fina, observando las olas del océano Atlántico romper con fuerza en la orilla.

Habían pasado un par de meses desde la escena en la iglesia y su relación no había hecho más que crecer. Eran como uña y carne dentro de su burbuja personal, pero también se las arreglaban para tener su independencia.

A nivel profesional, Flavio había conseguido llevar a sus chicos del conservatorio a un concurso de ámbito nacional, llevándose el segundo puesto, mientras que la campaña de Samantha había sido todo un éxito y estaban en conversaciones para un ascenso.

Todo era un cuadro perfecto, el más bonito que la rubia hubiera podido pintar en vida.

— Te quiero. — Susurró, sintiendo que las cosas por fin habían tomado un camino y se encontraba completa.

— Te quiero. — Respondió él, apretando con cariño los brazos a su alrededor. — Gracias por salvarme de un mundo vacío y sin color. — Añadió, con el corazón en la mano y realmente agradecido de una segunda oportunidad para volver a empezar.

— Gracias por evitar que me consumieran los demonios de mi interior. — Respondió la valenciana, antes de darle un beso que quedaría suspendido en el tiempo.

Por su mente aparecieron las imágenes de toda su historia, desde las flores, pasando por la fiesta de disfraces, el amargo recuerdo de la soledad, las tardes con Oier y los besos robados al atardecer. Lo vio como si fuera una película que se reproducía en su cabeza a máxima velocidad.

Y como si todo hubiera sido producto de su imaginación, Samantha despertó.

Tenía una fuerte jaqueca y apenas pudo entreabrir los ojos, porque la luz blanca del lugar en el que se encontraba era demasiado molesta. Y de repente, oyó esa voz.

— ¡Está bien! ¡Enfermera! ¡Un médico, alguien! ¡Ha abierto los ojos! — La alegría era palpable en su tono, como si le estuviera dando gracias al cielo con cada palabra, pero ella no entendía nada. ¿Por qué estaba Flavio llamando a un sanitario?

Entonces fue cuando se percató del pitido de la máquina que monitorizaba su corazón y de los miles de cables que se enredaban a su alrededor. Estaba en un hospital, pero no recordaba haberse golpeado o haber sentido si tan siquiera un ligero malestar.

El navarro se dejó caer a los pies de la cama con un suspiro de felicidad y alivio, juntando las palmas de las manos y dando gracias de nuevo.

— ¿Flavio qué está pasando? — Inquirió, comenzando a alarmarse por momentos, notando cómo le pesaba el pecho.

Él la miró con ojos dulces, cavilando cómo decirle la verdad. Se acercó a ella, pero no la tocó como acostumbraba, parecía mantener siempre la distancia y eso, terminó de extrañarla.

— No pensé que te acordarías de mi nombre. — Dijo el muchacho con sinceridad, ignorando por completo su pregunta, pero con una sonrisa amigable.

Ella pestañeó perpleja, aún más perdida en la conversación.

— ¿Cómo no iba a acordarme de tu nombre? — Respondió, sin comprender muy bien qué clase de chica se olvidaría de cómo se llama su novio.

El moreno se encogió de hombros y se revolvió el pelo, colocándose las gafas antes de contestar.

Como agua y aceite Donde viven las historias. Descúbrelo ahora