Hubo Lascivia, hubo Lujuria y ahora todo se define en medio de un ardiente deseo.
El mundo está en llamas y Rachel James camina de la mano del que se alzó como ganador, pero el campo de batalla clama revancha, sangre y pelea en una guerra de todos...
El olor de la humedad entra en mi olfato mientras cientos de voces se alzan a mi alrededor; andrajosos, malolientes, heridos, golpeados. La piedra me quema los pies, el sudor corre por mi espalda y la sangre por mi sien.
No hay sol, día o noche, solo penumbra con olor a muerte. Muevo mis muñecas listo para la pelea y el primer contrincante viene por mí, pero atrapo su cabeza mirándolo a los ojos antes de girarla desencadenando el crujido que lo hace caer mientras tenso la mandíbula complacido.
El rugido del siguiente me pone alerta y advierto su ataque tomando el puño que intenta darme en la cara. Mis dedos atrapan la muñeca de este sujetándolo, extendiendo su brazo antes de clavar el codo que rompe su antebrazo. Con una patada ataco sus costillas en ese punto exacto que vuelve mierda sus pulmones y una sola arremetida basta para que escupa sangre y caiga de rodillas mientras me doy la vuelta atacando la columna que se quiebra.
Recibo al tercero que intenta atropellarme y con un simple puñetazo lo arrojo al suelo, le clavo el pie en su garganta cerrándole la posibilidad de respirar, muere y a punta de talonazos le destrozo la cara.
Vuelven a atacarme y derribo cuerpos con el pecho en llamas recibiendo a los que vienen por mí, pero que terminan en el suelo siendo masacrados.
Mi rodilla queda contra el tórax de uno y él teme a la mirada oscura que está listo para aniquilarlo. El crujido de los huesos es música para mis oídos y más cuando proviene del cuello, del cráneo. Estoy desaforado, actúo por instinto y me gusta, me enaltece siendo de este modo donde la ira toma mi ser y hace estragos acabando con todo.
Hace dos años fui condenado a morir estando a cuatrocientos doce metros bajo tierra en una fosa subterránea, sin embargo, sigo siendo el invicto que no pueden matar en la pelea.
Se me cayó el disfraz. Soy la bestia en su estado natural y dicho estado me da un único nombre, un solo apodo y una sola definición.
Ya no soy una persona.
Ya no soy la autoridad.
Yo soy Legión.
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