CAPITULO 3

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Tio Thomas.

Rachel.

Las reuniones en la mafia son comunes y dichos eventos me desviaron a Vancouver a reunirme con varios miembros de los clanes relacionados con el negocio de las armas. Necesito proveedores expertos y decidieron reunirse en un solo punto para mostrarme sus propuestas.

Me paseo con una copa en la mano saludando a los miembros que yacen en el salón privado del hotel sonriendo con hipocresía.

—Mi bella dama —dejo que me besen la mano— ¿Algún proveedor llamó su atención?

—Sigo mirando —no dejo de sonreír—. Las nuevas armas son buenas, pero las anteriores eran más agresivas y no veo que las superen.

—Esas las surtía la Bratva...

La mención me repugna moviéndome de inmediato, «Con razón». La comezón en el cuello no se me quita, todo está marchando bien como lo planee; de Bratt y Gema me encargaré en su momento, ya que ahora me estoy encargando de los rusos que estoy deteriorando poco a poco y tomando los recursos que necesito.

Me inclino el champagne y la noche se torna aburrida con explicaciones que no me dan lo que busco y es que necesito algo mejor que el armamento de la FEMF para poder tomarla.

Negar que Bratt está siendo un mal trabajo es subestimar al enemigo.

—¿Cómo va la caza? —me preguntan— ¿Algún afortunado ya reclamó la recompensa?

—No todavía.

—A lo mejor el grupo de hoy tiene suerte —comenta Gregory Petrov—. Angela Klein, la esposa del Sottocapo, está movilizando un grupo que rastreará las montañas aledañas.

Se me borra la sonrisa y lo disimulo llevándome la copa nuevamente a los labios.

—No me avisaron.

—Ha de ser porque anda muy ocupada, pero en Hidden Hill un grupo de granjeros reportó un caso peculiar sobre una mujer que llegó a la iglesia vociferando que un campesino vive con un poseído con ojos de engendro —sueltan a reír y hago lo mismo tragándome el dolor que me provoca el mal chiste cuando explica con detalles—. Los hijos están shock, cuentan que lo vieron desplomarse, revolcarse como animal herido mientras luchaba por respirar, algo que sin duda puede ser una mutación de las creaciones Mascherano.

—Seguramente.

Miro el reloj sintiendo que tengo una bomba entre los pulmones, ellos si van a rastrear lo harán en la madrugada. Me doy un paseo por la sala con el corazón latiéndome en la garganta mientras me repito el nombre del pueblo.

Recibo las tarjetas de todos y evado al que quiere alargar la conversación.

—¿Pasas a la sala de fumadores? —me pregunta Gregory.

—Oh no, tengo jaqueca —me disculpo—. Te veo mañana, me tomaré un somnífero para descansar.

Avanzo a la salida tomando la escalera que lleva a mi alcoba, los Antonegras se quedan afuera de la habitación y cerrada la puerta me cambio en segundos. Angela no me contesta. Apagar las cámaras es algo que se le exige al hotel cuando hay miembros importantes de la mafia y yo pongo el letrero de no molestar antes de tomar lo que necesito y salir por la ventana.

Hace mucho que no tengo rastreador, aterrizo en el piso de abajo y violento la seguridad del primer auto que encuentro moviéndome al pueblo que dijo el búlgaro. Está a veinte minutos de Vancouver, dijeron campesinos y estos viven en las montañas.

DESEO,  (BORRADOR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora