CAPITULO 34

485K 30.5K 103K
                                    

Operación Canoa

Rachel

Dicen que hay quienes nacen para ser soldados, que lo llevan en la sangre. Dudé de ese pensar hasta que entendí que serlo no siempre significa cargar un arma. A veces, se trata de enfrentarte a lo que otros no se atreven.

Las puertas de acero del comando ruso resplandecen frente a mí, metros de metal pulido que reflejan el sol de la mañana. Pongo las manos en mi cintura detallando las paredes blindadas, el sistema de seguridad que protege la entrada, las aves que aletean a los alrededores, las hojas que se levantan con la brisa.

—¿Entraremos o no? —se queja Ivan a mi espalda—. Ya llevamos media hora aquí. Parecemos idiotas mirando las puertas.

—Pareces idiota, estés mirando las puertas o no.

—Quizás lo olvidó, pero las reglas del ejército exigen respeto para todo soldado.

—El tuyo lo perdiste el día que te dejaste arrastrar de las pelotas.

Echo a andar hacia los paneles de acero. Desperté a las cinco de la mañana; en sí no desperté, estuve dando vueltas entre las sábanas toda la noche. Lo único que hice fue sacar los pies de la cama, corté fruta fresca para los niños, doblé su ropa, me bebí una taza de café y partí a mis labores.

—Envió a Dalton a Estados Unidos —reclama Ivan—. Era yo el que debía ir.

—No sabía que querías viajar, te tendré en cuenta para el próximo viaje.

—¿Dónde será?

—En Marte.

El ladrido de los perros adiestrados me golpea en cuanto cruzo la entrada. Una hilera de banderas se alza sobre los mástiles. Las telas son azotadas por el viento que trae consigo el sonido de los cantos marciales. Los vehículos de combate descansan en dos filas en la entrada principal. El pecho se me aprieta al oír el ritmo de las botas, golpeando el suelo y el grito de las voces superiores que se imponen en el campo.

—Teniente, buenos días. —Una soldado se para firme frente a mí y me dedica un saludo militar—. En su dormitorio se halla su uniforme y dotación militar.

Se ofrece a guiarme y la sigo hacia una de las torres que domina el horizonte de la central. Me han asignado una habitación doble de nivel cuatro.

—Su llave, mi teniente —El soldado me entrega la tarjeta.

—Gracias.

Las ventanas dan una visión panorámica de las líneas perfectas de barracas, pistas de entrenamiento y hangares que se extienden por kilómetros. Vehículos blindados circulan y grupos de entrenamiento coordinan maniobras. Alex envía un mensaje informando que me esperan en la sala de juntas principal.

Cambio la ropa de civil por el uniforme. Recojo mi cabello en un moño militar, el mismo que aprendí a hacer en los primeros días de instrucción. Guardo mi teléfono, la placa y me encamino al edificio principal.

El viento que impacta en mi cara es una mezcla de cuero y césped recién cortado. Un grupo de reclutas lava los vehículos bajo el sol inclemente y, en la zona de entrenamiento, los novatos cargan sacos de arena. El rugido de los motores en prueba se mezcla con las detonaciones del campo de tiro.

Diviso a Simon en la entrada del edificio. Se limpia las manos en el camuflado, encaja bien su camisa y mira las estrellas estampadas en su playera. Se dispone a entrar, pero el intento muere y vuelve a pasarse las manos por el camuflado.

—Hey —deja las manos quietas cuando me ve—, lindo uniforme.

—Lo mismo digo —sonriente, le devuelvo el cumplido—. ¿Se requiere autorización para entrar al edificio?

DESEO,  (BORRADOR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora