CAPITULO 32

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Armisticio

Rachel

En algún rincón del mundo, alguien está inquieto por un vestido que no fue entregado a tiempo, por un ascenso laboral, o por un mensaje que nunca fue contestado. Estoy segura de que, en este mismo instante, alguien desvela su mente por problemas cotidianos, de fácil solución.

En algún salón se propician bailes, mientras que en otros se acaban de declarar guerras.

Los anhelos de unos y las batallas de otros conviven en el mismo tiempo, separados por una línea fina que la mayoría no nota. La mayoría de las personas respira ajena a las grandes luchas que se libran a su alrededor y me alegro por ellos. Estar dentro del conflicto me deja claro que es mejor preocuparse por un vestido y no por el campo minado que otros están obligados a atravesar sin perder la esperanza, porque perderla es igual a quedarse sin municiones.

Luisa permanece a mi lado mientras aprieto la mano de las personas que manifiestan su apoyo. Laila, Brenda, Parker y el resto de los soldados caminan a lo largo del salón diplomático. Se acaba de dar el comunicado oficial. Christopher sostiene una conversación con el presidente mientras Simon dialoga con un par de senadores.

Parker se desprende del grupo de parlamentarios, se disculpa con la mujer que intenta abordarlo y se acerca a mi lugar con una copa de champán en la mano.

—¿En qué lo molesté ahora, capitán? —le pregunto cuando se detiene frente a mí.

En la vida he recibido más regaños por parte de él, que por parte de Rick. En Londres, cada cinco segundos se quejaba de mí.

—¿Qué hice?

—Lo correcto —contesta—. No importa si debemos empezar desde cero. Siempre hemos sido un gran equipo de trabajo y las cosas siempre saldrán mejor si estamos todos en un mismo lado.

La serenidad de su mirada contrasta con la autoridad que emana de su postura.

—Buen comunicado.

—¿Esta es tu forma de decirme que no soportas tenerme lejos y agradeces tenerme a tu lado al fin?

—Me alegra saber que contamos con tus habilidades. Tú, como persona, me das bastante igual, así que deja de hacerte ilusiones, James. —Continúa su camino—. Se me hace que eres tú la que no soporta tenerme lejos.

Contengo la sonrisa, mentiría si digo que, pese a nuestros desacuerdos, no le tengo cariño. Le lleva una copa a Brenda y mi amiga le presenta a la persona con la que dialoga.

Christopher me recorre por completo desde su lugar. Pese a no devolverle la mirada, siento sus ojos en cada uno de mis movimientos. «No comiences, Rachel», me regaño. El momento fugaz del beso ya pasó, necesito que mi pulso vuelva a su normalidad.

—¿Con cuántos soldados cuentan? —me pregunta Luisa—. ¿El número se acerca al de Bratt?

Sacudo la cabeza. Me gustaría decirle que sí, que al menos se tiene la mitad, pero sería una respuesta falsa, porque no estamos ni cerca del número rival. Siendo sincera, lo que me mantiene en pie es la fe, esa extraña voz que, por mis hijos y las personas que amo, me anima a continuar. Eso y que quiero ver a Antoni, Gema y Bratt en el suelo. Merezco verlos, aunque sea por una vez en la vida.

Acompañado de su esposa, el presidente se acerca a despedirse. Tienen pendiente una asamblea a la que no pueden faltar.

—Sé que esto es un nuevo inicio para ustedes, un paso que luce algo incierto —me dice el mandatario—. Si me lo permite, me gustaría darle un consejo.

DESEO,  (BORRADOR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora