CAPITULO 31

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Frente Unido

Gema

En el espejo del baño contemplo mi reflejo. Pienso en los días en que mi vida fue una ilusión, un sueño formado por palabras falsas y sonrisas sin alma. Rememoro los instantes en que creí en Christopher, en su amor egoísta, en su mirada, que prometía tanto y daba tan poco.

Mi corazón era noble, hermoso, puro. Un jardín rebosante que nadie se preocupó por cuidar. Lo destrozaron y de los pedazos aplastados surgió el hermoso ser que me devuelve la mirada en el cristal.

—Soy fuerte, única y maravillosa —me digo—. Una mujer que siempre mereció ser amada.

Sonrío con lágrimas en los ojos. No hay poder en el mundo que equipare mi fortaleza, la fuerza nacida de mi propio dolor. El vacío que dejó Christopher se convirtió en mi cetro. El rechazo, las burlas, todo formó a la primera dama que hoy gobierna su propio ejército. La novia que el coronel no quiso llevar al altar, ahora es más grande que él, más grande que ella, más grande que los dos juntos. Soy la dueña del poder que perdieron y creen que recuperarán.

Han dejado claro lo que quieren en su mensaje: guerra.

Lágrimas manchadas de rimel corren por mi rostro y estallo en una carcajada. ¿En verdad creen que esta vez será diferente? Parece que el tiempo les ha robado la astucia y los transformó en un par de ingenuos.

—No voy a decepcionarte, Liz. —Limpio mi cara—. Me veías como un arcoíris, y este arcoíris resplandecerá hasta cegarlos.

Aplaco mi moño, enderezo los hombros y elevo el mentón. Poseo la gracia que ninguna ramera de uniforme podría imitar, aunque lo intentaran. Salgo a enfrentar el mundo sin lágrimas ni rastro de debilidad; ya no tiene cabida en mí. Soy la cara de la justicia, la representación de la mujer solemne de hoy.

—Soldados —saludo a los uniformados que me encuentro—. Hoy es una hermosa tarde.

Mi rostro se convierte en un mármol perfecto, sin grietas, sin fisuras, sin emociones que los puedan confundirse. Soy la fuente de la seguridad que quiero que tengan, el oasis de confianza que, con solo mirar, los hace confiar en que todo estará bien.

Me dirijo a la sala de juntas. Bratt y el Consejo analizan en silencio la pantalla que proyecta el último mensaje de Christopher y el ataque al panteón.

—Esto ya no es un conflicto de entidad, se ha convertido en un problema global —habla el presidente del Consejo—. Siempre lo advertí y hoy lo sostengo con más convicción: Christopher Morgan es una escoria en todo el sentido de la palabra.

Frederic Lyons estampa su puño contra la mesa. Saben bien quién es el coronel y lo repudia igual o más que Bratt. Durante su candidatura quiso deshacerse de la mesa de Consejo. Los miembros vivían asqueados de su arrogancia y constantes faltas de respeto.

—No dejemos de lado a Rachel James —intervengo, entrelazando las manos sobre la mesa—. La creían la mejor teniente y siempre fue una puta disfrazada. Su supuesta inteligencia se reduce a su coño. Me pregunto, ¿por qué nunca lo vieron?

—Mi madre lo decía y no le creí. —Bratt respira por la boca—. Nunca le agradó.

—Tu madre era una mujer sabia.

—Ya venció a Christopher Morgan una vez, ministro Lewis —dice Floris Van der Laan—. ¿Cree tener las habilidades necesarias para volverlo a hacer?

—Tiene que tenerlas. —La puerta se abre y todas las miradas se dirigen al hombre que aparece.

Werner Muller entra al despacho sin hacer ruido. El uniforme impecable no tiene arruga alguna, ni un hilo fuera de su lugar. Medallas tácticas cuelgan en su pecho. Los ojos glaciales apenas parpadean al concentrarse en los rostros reunidos en la sala. Como su difunta hermana Olimpia, posee el ingenio estratégico del apellido que hizo de la FEMF una potencia.

DESEO,  (BORRADOR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora